domingo, 25 de diciembre de 2011

La familia Wittgenstein en la Gran Guerra.(2) Ludwig Wittgenstein.

Viene de La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (1). Introducción.

El más pequeño de los hermanos Wittgenstein estaba de vacaciones en Hochreit, el refugio de los Wittgenstein en la montaña junto a Paul y sus hermanas, cuando se declaró la I Guerra Mundial. Se puede decir que le pillaba en plena crisis, pues sus vacaciones eran casi una huida de Cambridge. Ludwig daba por rotas sus relaciones con sus compañeros de Inglaterra. Tampoco es de extrañar. Como su hermano Paul, Ludwig tenía un carácter de mil diablos. No había quien le aguantara. Le soportaban porque, de vez en cuando, se dejaba ver en él el pedazo de genio que era. Cuando llegó a Cambridge se puso a perseguir a Bertrand Russell y lo abordaba en cualquier momento y en cualquier sitio para enfrentarle a dilemas filosóficos. Russell lo consideraba un pesado, por momentos un loco. Si no lo mandaba a la porra era porque podía ver, por debajo de la vorágine de sus excentricidades, la naturaleza genial de su inteligencia. Ludwig se lo planteó claramente a Russell al final del primer semestre: “Dígame usted si soy un idiota o no. Porque si soy inteligente me dedicaré a la filosofía, pero si soy un tonto me dedicaré a diseñar aviones”. “Bueno, Ludwig, escríbame algo estas vacaciones sobre algún tema de filosofía que me permita juzgar”. Así fue, Wittgenstein le pasó unos apuntes al cumplirse el plazo. Russell, tras leerlos, dictaminó: “No se dedique usted a los aviones”.


Ludwig Wittgenstein hacia 1910, antes de ir a Cambridge. Imagen: wikipedia

Wittgenstein no pasa desapercibido en Cambridge. Keynes y el historiador Lytton Strachey lo fichan para la Sociedad de Conversación de Cambridge, un club secreto de intelectuales de izquierdas y en su mayoría homosexuales que se hacían llamar los Apóstoles. Su entrada se hace para disgusto de Russell, que quería guardarse a Wittgenstein sólo para él -aunque hay que decir que Russell, sabedor en su vejez de este comentario, lo negó rotundamente. Sea entonces esta opinión solamente una malicia de Lytton Strachey.

En Cambridge conoce a David Pinsent y con él conoce Wittgenstein el significado de la verdadera amistad. Con David compartía, por ejemplo, el amor por la música -una de las características de todos los Wittgenstein- y será David quien le acompañe en sus escapadas a Islandia y Noruega.


David Pinsent, gran amigo de Ludwig Wittgenstein. Como piloto de pruebas moriría en un accidente de aviación en 1918. Imagen: mike in mono

Como he adelantado antes el comienzo de las hostilidades pilló a Wittgenstein en Austria. Inmediatamente se desplazó de Hochreit a Viena y su primer impulso fue intentar viajar a Noruega, pero las fronteras ya se habían cerrado. A diferencia de sus hermanos Paul y Kurt, Ludwig no había hecho el servicio militar. En Austria la mili era obligatoria pero resultaba tan cara para las arcas estatales que había cientos de estratagemas y posibilidades para librarse de ella. Al final, sólo uno de cada cinco austríacos llegaban a realizar el servicio militar. En teoría se tenían que chupar tres años pero la mayoría, por lo motivos mencionados, cumplían un período más corto. Si tuvo alguna vacilación le duró poco tiempo. Ludwig se alistó voluntario como soldado raso. Rechazó la posibilidad de ser oficial. No iban con él los privilegios, entre otras razones porque Ludwig fue uno de los que vio en la guerra una oportunidad para probarse, para comprobar por sí mismo donde estaban sus límites. La cosa fue rápido y para el 7 de agosto ya se le comunicaba destino.

Con todo, Ludwig no era optimista respecto de las posibilidades militares del viejo Imperio. No fue nunca con él la cantinela de que todo habría acabado para Navidad. Al contrario, escribía Ludwig por aquellos días del verano de 1914 que: “me parece irrebatible que no tenemos la más mínima posibilidad contra Inglaterra. Los ingleses -la mejor raza del mundo- no pueden perder. Nosotros, sin embargo, podemos perder y perderemos, si no este año el que viene. El pensamientode que nuestra raza va a ser derrotada me deprime horriblemente”.

Su primer destino es en la corbeta Goplana, que patrulla el río Weichsel. El día que se incorpora comienza a escribir sus diarios de guerra, de los que se conservan los relativos a los siguientes períodos: del 9 de agosto al 30 de octubre de 1914; del 30 de octubre de 1914 al 22 de junio de 1915 y del 28 de marzo al 19 de junio de 1916. En las hojas de la lado izquierdo confiesa sus esperanzas y sus debilidades. En las hojas del lado derecho trabaja en el Tractatus.


El Goplana. Imagen: wittgen-cam.ac.uk

El mes de agosto es de un calor terrible y sus compañeros no le soportan. Ludwig se siente hostigado y apartado, pero persevera en su deber: “No puedo seguir escribiendo. Ha sido espantoso. De una cosa no me queda la menor duda: no hay un solo tío decente en toda la tripulación. ¿Qué actitud he de tomar ante ellos en el futuro? ¿He de armarme simplemente de paciencia? ¿Y si no me da la gana? Entonces tendré que vivir en una lucha constante. ¿Qué es mejor? En el segundo caso, seguramente habré de sucumbir. En el primero, quizás no.”

En el Goplana Ludwig pela patatas, limpia letrinas, maneja un reflector, si le dejan escribe y trata de no perder los nervios. Un día hacen alto en la localidad de Tarnow, unos cuarenta quilómetros al este de Cracovia. Ludwig entra en una librería que, en realidad, no vende libros sino tarjetas postales. Sólo hay un libro disponible a la venta, en alemán. Una señal para Ludwig. Se trata de la Breve explicación del evangelio de León Tolstoi. En esta breve obra expone Tolstoi su visión del cristianismo, la cual se resumía en un acendrado ascetismo, en la renuncia de los placeres físicos para encontrar el espíritu de Jesucristo. Ludwig lee esta obra con fruición y la lleva consigo a todas partes. “Esta obra me mantuvo vivo” diría después. El valor del que hará gala en la guerra se fundamenta en este ascetismo, en este sufrimiento que Wittgenstein buscaba. Sus compañeros lo ven claro. ¿Quién, Ludwig? Ah, sí, el del evangelio.
Por otra parte, es interesante señalar las semejanzas de estructura entre el Tractatus y la obra de Tolstoi, lo cual da cuenta una vez más de la influencia que ejerció esta obra de carácter religioso sobre él.

El 5 de noviembre de 1914 llega Ludwig a Cracovia con la ilusión de encontrarse con el poeta Georg Trakl. Esta cita no tendrá lugar porque Trakl había muerto hacía tres días víctima, según el informe oficial, de una sobredosis de cocaína. Esta reunión que no llegó a producirse tiene unos interesantes antecedentes.


Georg Trakl. Imagen: wikipedia

En enero de 1913 murió el padre de Ludwig, Karl, y Ludwig heredó, por consiguiente, una fortuna bárbara. Ludwig decidió donar gran parte de su fortuna a artistas varios. Tampoco era algo tan raro, en la sociedad de la época esto de las donaciones era bastante habitual. Así que Ludwig se puso en contacto con Ludwig von Ficker, editor de la revista Der Brenner, para que repartiera cien mil coronas entre artistas austríacos carentes de recursos. Esta cantidad suponía, en realidad, un tercio de las rentas anuales de Ludwig. Ficker lo reparte entre diecisiete artistas, casi todos colaboradores de su revista. Entre ellos figuran los nombres de Rainer Maria Rilke, Oskar Kokoschka, Adolf Loos, Theodor Haecker y Georg Trakl. La donación se hace de forma anónima. Ficker hace llegar las cartas de agradecimiento a Ludwig como comprobante de que la donación se ha hecho efectiva. Estas notas de agradecimiento le dejan un sabor desagradable a Wittgenstein por su tono antipático, excepto la carta de Rilke.
A Kokoschka, por ejemplo, le vendrá muy bien este dinero: “Ahora puedo trabajar, y no desperdicio mis fuerzas en la lucha por la existencia.” El único que ya por aquel entonces supo quién era su anónimo mecenas fue Georg Trakl. Se hubiera llevado bien con Wittgenstein porque también era rarito. Cuando iba hacia el banco a cobrar el cheque le dio un ataque de pánico y salió corriendo. Al menos, ese dinero sí que será disfrutado por su hermana Grete, que era epiléptica y a la que Georg quería sobre todas las cosas. Georg Trakl es otro de los que ven la guerra como una liberación personal. Marcha al frente como sanitario, lo cual es un peligro porque Trakl le pega a cualquier cosa que lleve alcohol o droga. Tal vez Trakl albergara en su interior la simiente de la locura, pero los hechos le invitan a despeñarse por el abismo de la insania. Durante un período Trakl quedará en solitario al cargo de noventa heridos austríacos. La experiencia le supera. Unos días después, durante la cena, se levanta pistola en mano y sus compañeros tienen que reducirlo. Parece que la cosa queda ahí pero, dos semanas después, es llevado a un hospital militar de Cracovia. Trakl pensaba que iba de enfermero y resulta que lo ponen en observación psiquiátrica. Trakl está angustiado, además, porque teme que el incidente de la pistola le lleve ante el pelotón de fusilamiento. Delito: desaliento, falta de ánimo ante el enemigo. En el hospital Trakl se escribe con Wittgenstein y le ruega que le visite. Como sabemos, eso no sucederá.

En agosto Ludwig había vivido una escaramuza. Lo despertaron a la una de la madrugada y tuvo que salir corriendo casi en pelota para hacerse cargo del reflector. “Pensé que moriría” escribió después pero la situación no fue para tanto. Más un susto que otra cosa. Sin embargo, el 13 de septiembre les pilló una ofensiva rusa y tuvieron que salir pitando dejando atrás su barquito. En su diario Wittgenstein recuerda aquellas treinta horas largas pero horribles sin dormir.

Pasa el tiempo. En julio de 1915 nos encontramos a Ludwig trabajando en un armería en Cracovia. Un accidente, una explosión, y Ludwig queda herido más en su amor propio que otra cosa. Eso sí, en estado de shock, lo cual hace que le den un permiso de tres semanas. En el tiempo anterior Ludwig no había dejado de sorprender a sus superiores. Estos pensaban que aprovecharía sus influencias y/o su fortuna para conseguir los puestos menos peligrosos y él se empeñaba en pedir los destinos más arriesgados.

Desde marzo de 1916 le dan el gusto y Ludwig tiene la ocasión de probarse a sí mismo como observador de la artillería. El 5 de junio de 1916 Ludwig pasa el examen. “Sin hacer caso del intenso fuego de artillería que caía sobre la casamata ni de las bombas de mortero que estallaban, observó los disparos de los morteros y los localizó. De hecho, la batería consiguió destruir dos morteros de grueso calibre con impactos directos, según confirmaron los prisioneros que se tomaron.” Esto le valió la Medalla de Plata al Valor de Segunda Clase, una distinción inédita para un simple soldado de primera clase. Tras estos encarnizados combates, Ludwig es ascendido a cabo y enviado a la escuela de oficiales de Olmütz el 1 de septiembre de 1916. Hacía tiempo que Ludwig podría haber sido oficial si hubiera querido. Su hermana Hermine sospechaba que era por su manía ascética que Ludwig rechazaba cualquier cosa que oliera a privilegio. Por su parte, su hermano Paul se lo dejó clarito en una carta: “Si no hubiera sido por mis privilegios como oficial no habría sobrevivido a mi cautiverio en Rusia.” Finalmente será ascendido a teniente en febrero de 1918.

En julio de 1917 Ludwig obtuvo la medalla de plata al valor por su trabajo como observador de artillería, dirigiendo los cañones austríacos bajo un intenso bombardeo de los rusos y causando gran cantidad de bajas entre ellos en momentos decisivos.

Ludwig pide una y otra vez, y obtiene, los destinos más peligrosos. Da igual, sus compañeros no le admiran, le detestan. “Vivo rodeado de gente que me odia”.

Ludwig no sabe que el millón de coronas que ha donado con el objeto de diseñar y construir un gigantesco mortero se ha escurrido por el sumidero de la burocracia. Seguramente la cosa hubiera ido mejor si lo hubiera intentado diseñar él. Mueve los hilos para ser trasladado de artillería a infantería. Alguien le ha dicho que la infantería es mucho más peligrosa y, como Ludwig escribe, espera que la muerte le traiga luz a su vida. Teniendo en cuenta que coquetea con la idea del suicidio desde que tiene diez años no extraña tanto esa afición a hacerse matar. Sin suerte. A infantería no pero al frente italiano sí que es trasladado en la primavera de 1918, aprovechando que los rusos se han retirado de la guerra.

El 15 de junio de 1918 Ludwig tiene acción a saco. La mención oficial dice: “Su comportamiento, de un valor excepcional, su calma, sangre fría y heroísmo despertaron toda la admiración de las tropas. Con su conducta ha dado un ejemplo espléndido de cumplimiento leal y marcial del deber.” Admiración y ejemplo puede ser, pero yo creo que seguían pensando que era un rarito. Entramos en detalles de aquel ajetreado día. Tras un duelo entre la artillería y ametralladoras de ambos bandos sale de patrulla para informar. Dos de los hombres que van con él caen heridos pero Ludwig carga con ellos y se los trae de vuelta a sus líneas. Más tarde, cuando está en su emplazamiento de artillería, un bombazo se carga al oficial y a tres servidores. Ludwig se hace cargo y dirige el fuego de los cañones provocando una gran mortandad en el enemigo. Los pobres desgraciados que tenía delante ese día eran ingleses. En realidad por esta acción había sido recomendado para la medalla de oro al valor pero no se la dieron porque un coronel alegó que su actuación no había tenido valor significativo sobre el enemigo. Es decir, habían perdido la batalla igualmente.

Al finalizar la contienda Ludwig es hecho prisionero como tantos otros austríacos. Su cautiverio es largo y penoso. Muchos austríacos perecieron por las malas condiciones en que vivían. Además, los italianos no se daban prisa por repatriarlos. Los prisioneros austríacos eran una interesante baza a la hora de negociar tratados de paz. Pese a todo ello, Ludwig rechazaba los privilegios inherentes a su condición de oficial. En otra ocasión, estuvo a punto de ser precozmente liberado. Ya que su madre había perdido tres hijos y tenía otro tullido, se propuso su liberación por motivos humanitarios. Ludwig rechazó firmemente tal posibilidad. A él le daba igual. Estaba reorganizando sus reflexiones filosóficas y dio forma definitiva a su Tractatus. Incluso consiguió sacarlo, a través de contactos, fuera del campo de prisioneros.

Hasta agosto de 1919 Ludwig no es liberado y llega a Viena. Lo primero que hace es renunciar a toda su fortuna y repartirla entre tres de sus hermanos: Paul, Hermine y Helene. Su abogado se queda con la boca abierta: “¡Así que quiere usted suicidarse financieramente!” El tío Paul también se coge un enfado de mil demonios, pero con sus hermanos. Está indignado de que acepten el dinero de Ludwig el cual, evidentemente, vuelve trastornado de la guerra. En sus cartas Ludwig admite que no se encuentra mentalmente muy bien.
En los años siguientes trabajará como maestro de escuela. En esos años apenas se quitará el uniforme. Sospecho que no era tanto por orgullo marcial sino como una forma ascética de no preocuparse de comprar ropa nueva. Sus alumnos más brillantes le recordarán con cariño. La inmensa mayoría le recordarán como el chiflado que se empeñaba en enseñar matemáticas avanzadas a niños de primaria. Además, de vez en cuando perdía la paciencia y soltaba unos guantazos a los niños en los que no se reprimía. Uno de estos castañazos tuvo consecuencias más serias y le costó un juicio que, parece ser, fue tapándose por la lentitud de la justicia y la influencia de la familia. En todo caso, le vino bien ser reclamado para volver a Cambridge.


Portada de la primera edición del Tractatus en inglés prologada por Bertrand Russell. Imagen: wikipedia

En 1922 su Tractatus logico-philosophicus había sido publicado. La edición en inglés prologada por Bertrand Russell. Tiene gran interés ver como es recibida por sus compañeros filósofos. Ludwig trata de explicar su obra a Paul Engelmann pero este ha de reconocer que está fuera del alcance de su entendimiento. El filósofo George Moore reconoce que más o menos la entiende cuando está trabajando en ella con Wittgenstein a su lado explicándosela, pero que cuando este se va no es capaz de seguir solo, que no la entiende. Moore reconoce que es la fuerza de Wittgenstein lo que le hace concluir que debe de tener razón y no la literalidad de su libro. El lógico alemán Gottlob Frege, que ya había recibido una copia en el verano de 1919, admitió que no había podido pasar de la primera página. Ludwig se quejaba de que Bertrand Russell no había entendido ni una palabra de su libro y este reconocía que, por lo menos, había varios puntos fundamentales de su obra a los que no acababa de coger el tranquillo. El filósofo y matemático Frank Ramsey viajó desde Cambridge hasta Puchberg para trabajar con Wittgenstein en la comprensión del Tractatus. Tras sesiones de cuatro a cinco horas diarias consiguieron avanzar, tras dos días, la friolera de siete páginas. Ramsey recuerda que a veces Wittgenstein no era capaz de explicar lo que acababa de escribir hacía cinco minutos. Ramsey regresó a Cambridge agotado pero proselitista convencido del Tractatus. Todos ellos caían bajo el influjo de la personalidad de Wittgenstein, de su magnetismo y su fuerza persuasiva. La exégesis del Tractatus provocó la publicación de cientos de libros, cada uno diferente del anterior.
Y, claro, es sólo desde la ignorancia que alguien, en un momento dado, pueda llegar a decir, ¿y qué pasa si al final no había nada? Eso es exactamente lo que pensaban en su familia, que no entendían como gente tan supuestamente inteligente había podido caer embaucada por la charlatanería de Ludwig al cual, al fin y al cabo, no había quien lo aguantara.

Continúa en La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (3). Paul Wittgenstein.

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