lunes, 21 de abril de 2014

C. S. Lewis, material para una película.

C. S. Lewis es la forma en que comúnmente se menciona a Clive Staple Lewis, profesor de Oxford, autor de las famosas Crónicas de Narnia, de las cuales se han vendido, según fuentes, unos cien millones de copias. Personalmente las Crónicas de Narnia, a las cuales sólo conozco por sus recientes producciones cinematográficas, me parecen una especie de Señor de los anillos pero mucho más infantil. Y no tiene que ser casualidad necesariamente. En Oxford, uno de sus mejores amigos y compañero de tertulia era Tolkien. Además de compartir interés por las literaturas más antiguas y por las fantasías épicas compartían otra cosa: eran veteranos de la Gran Guerra.

En el año 1.916 Lewis enfrentaba sus exámenes en Oxford con la certeza de que, cualquiera que fuese el resultado, de estar pocos meses después en Francia corriendo detrás (o por delante) de los obuses alemanes no se libraba. La mala noticia (o buena) era que tenía incentivos para aprobar. Fuera de estudiar lenguas muertas tenía comprobado que no tenía ningún otro punto fuerte, mucho menos alguna habilidad que fuera capaz de monetarizar en una vida productiva para la sociedad. La buena noticia (o mala) era que la estadística no estaba de su parte y que considerando su posible futuro como jóven oficial en las trincheras europeas, las preocupaciones que pudiera tener por la posguerra se antojaban bastante inútiles y ridículas.

Así que después de pasar los exámenes se fue al centro de formación de oficiales. Ahí hizo grandes amigos. Ya se sabe. Los grandes amigos se hacen en la facul y en la mili. Fuera de la facul y la mili ya no es lo mismo. Porque en estos ambientes los amigos trascienden, y en esos momentos de inquietud trascendental (pero, ¿qué hago yo aquí?, ¿para qué?, ¿estoy perdiendo el tiempo?, ¿no estaré haciendo el imbécil?) los amigos dan sentido. “Sólo por conocer a estos amigos merece la pena todo este esfuerzo, estas incertidumbres y estas penurias”. Luego, con el tiempo, te das cuenta de que no es verdad, que lo único que merece la pena, porque es incondicional, es tu madre y, a veces, ni eso. Pero, en fin, en su momento los amigos son fantásticos y cumplen su papel y emborracharse con ellos es menos aburrido.

The old set.

Total, que tenemos a una pandilla de chavalotes pendientes de cumplir los veinte en un año o dos. Pasemos revista. Además de Lewis, el irlandés, tenemos a Martin Sommerville, alumno de Eton; el chistoso del grupo es Alexander Sutton, alumno que fue de la Repton School al igual que el joven Denis de Pass; Thomas Davy era alumno de Charterhouse y, finalmente, Edward Moore, que había sido estudiante en el Clifton College de Bristol.

El chico del bigote debe de ser Edward (Paddy) Moore. El de la pipa es Lewis, que de joven todavía tenía un pase. Imagen: onegreatwar.tumblr

De todos ellos, Lewis se llevaba mejor con Sommerville, pero con quien hizo las mejores migas fue con el joven Moore. Así, cuando consiguieron sus diplomas de oficiales y les dieron un mes de permiso, en septiembre de 1.917, Lewis escogió pasar tres semanas en Bristol, en casa de Moore, donde conoció a su madre Jane. Tuvo que ser por esa época que Moore y Lewis hicieron un solemne pacto: si alguno de los dos caía, el otro se encargaría de cuidar de la familia del otro.

Todos ellos acabaron partiendo para Francia y fueron desperdigados por las distintas unidades que sostenían el frente. Antes de embarcarse Lewis tuvo la oportunidad de conocer a otro interesante y joven culto de 20 años, el teniente Laurence Johnson, con el cual coincidiría en el mismo batallón del Somerset Light Infantry, aunque en diferentes compañías. Así que las discusiones intelectuales y filosóficas que comenzaron en Inglaterra, las pudieron continuar en Francia cuando no caían demasiadas bombas. Una vez en Francia su padre le recomendaba una y otra vez que pidiera un traslado a algo que fuera menos peligroso, por ejemplo, a artillería, pero Lewis se resistía. La verdad es que se encontraba a gusto con los Somerset y, si algo no funciona rematadamente mal, no lo cambies. Además, resultaba que el capitán de su compañía había sido uno de sus maestros favoritos. El capitán Percy Harris, muy querido y altamente valorado por los hombres bajo su mando, le recalcó a Lewis, eso sí, la primera vez que se vieron, que omitiera su pasado académico, no fuera a ser que le perdieran el respeto.

Bueno, no todo iba a ser compartir el tiempo con lo más selecto de Oxbridge. Lewis también fraternizó con la plebe. Así llegamos a conocer al sargento Harry Ayres, un veterano de Somerset de 32 años. Lewis era un joven inexperto pero lo mínimamente avispado para darse cuenta de que no se enteraba, así que había fundado con Ayres la bastante extendida sociedad donde el sargento tomaba las decisiones y el oficial bisoño daba las órdenes. Y la asociación funcionaba bastante bien.

Desde el invierno de 1.917 Lewis estaba en el frente, y el mayor enemigo era el frío y la humedad. De todos modos, quienes le hicieron causar baja a finales de enero fueron los parásitos que provocaban la conocida como fiebre de trinchera. No importa mucho, Lewis no se iba a librar tan fácilmente de lo que se preparaba y ya estaba recuperado para estar en activo durante la ofensiva alemana de la primavera de 1.918. Los primeros días del ataque alemán Lewis estuvo relativamente tranquilo pero a partir del 9 de abril su sector del frente empezó a recibir el grueso del ataque alemán. El batallón de Lewis se fue desplazando y acabó posicionado al Sur del canal de La Basée. Al Norte, al otro lado del canal,en el pueblo de Riez du Vinage, los alemanes se habían hecho fuertes. El mando británico decidió que la mejor manera de proteger el canal era establecer una cabeza de puente al otro lado, precisamente en el pueblo de Riez du Vinage y precisamente el batallón de Lewis.

La operación se desarrolló de forma bastante estandarizada. Cortina de fuego seguida a cincuenta metros por la tropa atacante. La cortina de fuego va demasiado deprisa o la tropa demasiado despacio, que tampoco es cosa de acelerarse y que te machaque tu propia artillería, y cuando te quieres dar cuenta un par de ametralladoras que te cogen de flanco y adiós muy buenas. Pero no todo iba a ser desgracias, que además las repartían para todos. El teniente Lewis se cubrió de gloria capturando a sesenta prisioneros alemanes. La verdad es que Lewis se creyó muerto cuando vio a ese grupo de alemanes a su lado y que no se desmayó porque se dio cuenta, justo a tiempo, que iban con las manos en alto y con ganas de acabar con la maldita guerra de una vez. El día hubiera sido, en el plano personal, redondo para Lewis sino fuera porque su amigo Laurence Johnson, que participaba en el ataque, había sido gravemente herido y evacuado a retaguardia.

El día 15 continuarían los combates y en las últimas horas del día 15 dos pelotones de la compañía ligera de la que formaba parte Lewis se vieron envueltos, según parece, en un ataque junto con miembros del Regimiento Duque de Wellington. El ataque se dio por terminado por la comparecencia de la artillería alemana que se llevó por delante, según estimaciones, al cincuenta por ciento de la tropa atacante. Que se lo pregunten a Lewis. Un bombazo le llenó de metralla el cuerpo. La misma bomba acababa con la vida del sargento Ayres. El mismo día moría en el hospital, como consecuencia de las heridas recibidas el día anterior, el teniente Laurence Johnson. Los dos días de lucha habían costado 210 bajas al batallón.

Lewis no volvería al frente. Estuvo hospitalizado hasta junio y fue finalmente desmovilizado en diciembre. Como consecuencia de sus heridas del 15 de abril de 1.918, no pudo levantar el brazo izquierdo por encima de su cabeza nunca más, lo cual, visto lo visto, le importaba un pimiento. A veces sentía que se le detenía la respiración, lo que, dicen, es típica secuela de haber sido herido en el pecho. Después, lo habitual, dolores de cabeza y, claro está, las pesadillas.

Llegaba el momento de pasar página y reencontrarse con sus amigos. Hmmm. Un momento. Veamos:

Alexander Sutton: K.I.A. en enero de 1.918.

Thomas Davy, K.I.A., muerto de sus heridas a finales de marzo de 1.918.

Martin Sommerville: K.I.A. en Palestina, en septiembre de 1.918.

¿Y qué pasaba de su gran amigo, Edward Moore, con el que había sellado aquel pacto de cuidar a la familia del otro?

Pues que a Lewis le cayó el encargo. El teniente Edward Moore (lo siento, K.I.A. también) cayó el 24 de marzo de 1.918. Según el testimonio del fusilero John Howe, Moore formaba parte de un avance por una carretera que fue cogido por fuego de ametralladora. Moore fue herido en la pierna. Howe se le acercó y le empezó a vendar la herida. Durante el auxilio Moore fue alcanzado una vez más, esta vez en la cabeza. El enemigo estaba muy cerca, recuerda Howe, y era inútil arrastrar el cuerpo muerto. Su cuerpo ya nunca sería recuperado.

De la pandilla de chavalotes del verano de 1.917 sólo de Pass (que había sido dado por desaparecido aunque, afortunadamente para él, sólo había sido cogido prisionero por los alemanes) y Lewis vieron el final de la guerra. El cálculo de probabilidades decía que de los estudiantes de Oxford que se habían alistado el 25 % morirían en el frente. El grupo de Lewis pulverizaba la estadística.

¿Tenemos material para una película? ¿Todavía no?

Los inklings.

Unos años después nos encontramos en Oxford, donde unos señores estirados y aburridos, para más señas ingleses, se reúnen en el The Eagle and Child para ponerse (porque si no, ya me dirás a qué van a ir al pub) ciegos a base de pintas de cerveza. Como son muy estirados y muy aburridos la peregrina excusa que ponen es que se reúnen para leer, en voz alta, obras que tienen a medio escribir y que todavía no han acabado. Como son unos señores muy estirados y muy aburridos (¿lo había dicho ya?) y no tienen vida social el tema de la imaginación lo tienen en plan desbordante. Tolkien leía (o podía leer) El señor de los anillos, Lewis leía (o podía leer) Las crónicas, y si no ya les leería otra cosa, no os preocupéis. No os creáis que este grupillo de profesores de Oxford se reduce a Tolkien y a Lewis. Tenemos a Charles Williams. No he visto que participara en la guerra del 14, parece que se escaqueó. Debía de ser el listillo del grupo. Pues Williams también le daba a la fantasía, aunque sus ficciones tenían lugar en la actualidad y no en mundos imaginarios como los de Tolkien o Lewis.

Los Inklings. Unos señores (no tan) aburridos. Imagen: donilam.

De las muchas vidas que quisiera haber vivido y no viviré en una me veo con los Inklings, trajinándome pintas de cerveza como si tuviera un hígado prometéico, de esos que crecen por la noche. Los inklings es uno de esos grupos que dan lustre a las letras inglesas, como el círculo de Bloomsbury. Bueno, bien pensado, la comparación no es muy benevolente. A los inklings les faltaba, para parecerse a Bloomsbury, famosos, ricos y sexo, sobre todo mucho sexo. Para terminar de adobarlo, a los inklings les daba por las discusiones teológicas y a Lewis le dieron tanto la vara que acabó convirtiéndose al catolicismo.

¿Con las discusiones y lecturas de estos señores tenemos para una película aunque sea aburrida?

¿Y si añadimos las peripecias de Tolkien?

Tolkien y la TCBS.

La verdad es que estoy buscando una excusa para hablar de Tolkien. Encuentro que su peripecia en la Gran Guerra tiene bastantes paralelismos con la de Lewis.

Si Lewis hizo a sus amigos en la mili Tolkien los hizo en la facul. Bueno, en realidad casi podríamos decir que en el insti. La pandilla de Tolkien se constituyó en el King Edward's School de Birmingham. La (TCBS) Tea Club and Barrovian Society, que Tolkien y sus amigos fundaron en 1.913, contaba, en su núcleo duro, con el mismo Tolkien, Geoffrey Bache Smith, Robert Gilson y Christopher Wiseman.

Los chavalotes del TCBS de Birmingham. Imagen: Planet-Tolkien.

Cuando la guerra estalla, la familia de Tolkien se queda un poco desconcertada cuando este les revela que no se va a alistar inmediatamente y que va a esperar un año para acabar un curso que tiene pendiente en Oxford. Ahora esta actitud nos parece normal pero, en aquel momento, requería también de un cierto coraje pues suponía un cierto descrédito social. El año pasó, Tolkien hizo sus exámenes, fue a la escuela de oficiales y fue a Francia. Según una estadística que no se sabe de dónde sacó, decía que una docena de oficiales morían en el frente cada minuto. Por falsa que fuera, lo cierto es que a Tolkien no le hacía ni pizca de gracia ir a la guerra a que lo mataran, ahora que tenía 24 años, una esposa y una carrera.

Tolkien se libra de la carnicería insensata del 1 de julio de 1.916 pero la campaña del Somme la hace casi enterita. Llega el 6 de julio y estará metido en el fregado hasta que la enfermedad le haga ser evacuado en octubre. Tolkien estará empleado como oficial de transmisiones y estará en medio de algunos de los combates más espeluznantes alrededor del Reducto de Schwaben y del Saliente Leipzig. De vuelta a Inglaterra tiene la suerte de que no acaba de recuperarse del estado de debilidad que le ha dejado la fiebre de trinchera (bendita sea, mató a muchos pero a otros muchos salvó) y, a pesar de los requerimientos de su batallón, los comités médicos no se atreven a darle el alta. Tolkien se libra y no vuelve a Francia.

¿Qué tal sus amigos del TCBS?

El teniente Robert Gilson llegó a Francia en enero de 1.916. Las cartas que se enviaban a casa solían ser tranquilizadoras, aunque también dependía del destinatario. En cualquier caso, en una de sus cartas afirmaba sin ambages que “apenas puedo soportar el horror de esta guerra”. Robert Gilson salió de las trincheras el histórico 1 de julio de 1.916 en el Somme. Cuentan testigos que salió con un admirable dominio de sí mismo, que tomó el mando sin titubeo cuando el capitán comandante de la compañía fue despachado por los alemanes y cayó, según el cabo Hicks, cuando un obús les alcanzó a él y al sargento mayor de la compañía hacia las nueve de la mañana. No es descartable que muriera muy contento de que nadie se diera cuenta del miedo que tenía.

El teniente Geoffrey Smith escribía poesía antes de la guerra y la continuó escribiendo durante la guerra. Tolkien, al revés que la pandilla de los Owen, Sassoon y compañía, que escribían frenéticamente a pesar de las circunstancias (o precisamente escribían frenéticamente por las circunstancias), era incapaz de escribir en el frente. Tolkien recordaba un encuentro con Smith en el Somme en julio de 1.916, tal vez el único momento de felicidad en toda la campaña del Somme (no, no contamos como felicidad cuando el tiroteo termina y no te han alcanzado), en el que Smith y Tolkien hablaron de literatura, de poesía y del futuro. El 29 de noviembre Smith estaba inspeccionando los trabajos de reparación de una carretera. Las esquirlas de una explosión le hirieron en el muslo y brazo derechos. Smith fue hasta la tienda de primeros auxilios por su propio pie y escribió a su madre diciéndole que había sido herido pero sin importancia. Dos días después había desarrollado gangrena gaseosa. Murió el 3 de diciembre a los 22 años. Su hermano Roger Smith moriría un mes después en Mesopotamia.

Christopher Wiseman, el matemático del grupo, se había alistado en la Royal Navy porque alguien le había dicho que buscaban matemáticos en la Armada y sobrevivió a la batalla de Jutlandia. Wiseman y Tolkien siguieron siendo amigos, de hecho, el segundo hijo de Tolkien fue bautizado como Christopher en su honor. Según las fuentes, parece que la amistad con el tiempo palideció, que es lo que tantas veces ocurre con ella. Wiseman y Tolkien publicaron la poesía de su amigo Geoffrey Smith en 1.918.

¿Tenemos ya material para una película? ¿No? Sigamos.

Jane Moore.

En septiembre de 1.917, C. S. Lewis pasó tres semanas en casa de su amigo Edward Moore. Allí conoció a su madre Jane, viuda. Lewis tenía 18 años. Jane tenía 45 años. Hay tías de 40 años y hay tías de 40 años y parece que Jane Moore era del segundo grupo. Edward era huérfano de padre y Lewis era huérfano de madre. Además, el padre de Lewis era muy exigente tirando a pasota (iba a utilizar otro adjetivo).

Lewis cumplió su promesa y cuidó de Jane Moore hasta el final. Hay que decir que cuando Lewis fue trasladado a Inglaterra para convalecer por sus heridas, fue Jane Moore quien se molestó y cuidó de él. En cuanto a su padre, no estaba y, al final, ni se le esperaba.

En los años 30 Lewis, su hermano Warren, Jane Moore y su hija Maureen compraron una casa a las afueras de Oxford. Jane Moore vivió ahí hasta los años 40 en los que fue hospitalizada. Parece ser que en sus últimos años se fue apagando víctima de la demencia senil. Dicen que Lewis fue todos los días a visitarla, hasta que murió en 1.951.

La cuestión es, ¿hubo tema o no? Unos dicen que no. Lewis siempre hablaba en sus cartas de Jane como de “su madre” e incluso en sociedad la había presentado en alguna ocasión de esta guisa. Así mirado, casi que entraría dentro de la perversión que después hubiera afecto de tipo más horizontal. Pero la cuestión es demasiado morbosa como para dejarlo así. Una biografía de Lewis publicada en los años 90 por A. N. Wilson insistía en el tema de la relación amatoria de Lewis y Jane. Por su parte, George Sayer, que también fue biógrafo de Lewis, escribió:

“¿Fueron amantes? Owen Barfield, que conoció bien a Jack (como llamaban los amigos a C. S. Lewis) durante los años 20, dijo una vez que pensaba que la probabilidad era de “fifty-fifty”. Aunque ella era 26 años mayor que Jack, ella era todavía una mujer atractiva, y verdaderamente él estaba prendado de ella. Pero parece muy fuerte, si eran amantes, que el la llamara “madre”. Sabemos, además, que ellos no compartían el mismo dormitorio. Parece más probable que él estaba vinculado a ella por la promesa que había hecho a Paddy y que su promesa se había reforzado por que la había llegado a querer como a una segunda madre”.

Bah, demasiado poco morboso. George Sayer cambió de opinión en 1.997:

“He tenido que cambiar mi opinión sobre la relación de Lewis con la señora Moore. En el capítulo octavo de este libro escribí que no estaba seguro sobre si eran amantes. Ahora, tras conversaciones con la hija de la señora Moore, Maureen, y pensando en la manera en que los dormitorios en The Kilns estaban dispuestos, estoy bastante seguro de que lo fueron (amantes).”

Ahora que hemos introducido el tema de satisfacer esa fantasía de todo jovencito inexperto de ser iniciado por una sabia madurita de buen ver, ¿tenemos para película? ¿Todavía no? Sigamos.

Joy Davidman.

Ya he comentado que Lewis se había convertido al catolicismo. Eso en una persona normal no tiene que tener mayor importancia, pero cuando se trata de una persona de esas que se pasan el día escribiendo sobre todo (además de fantasías épicas) puede acabar teniendo repercusión más allá de uno mismo. Así, tenemos a Lewis teniendo cierta influencia en los círculos más proselitistas del catolicismo. Hacia 1.950 Lewis comienza a cartearse con una judía norteamericana recientemente convertida al catolicismo pero que tiene la cabeza admirablemente bien amueblada. En 1.952 hace la estadounidense hace un primer viaje a Inglaterra y todo se va juntando. Entre que ella es decididamente anglófila (al menos eso dice), que su marido se la pega con una prima suya y también le pega a la bebida, y que el haber pertenecido al Partido Comunista no es precisamente la mejor tarjeta de visita en aquellos años en los Estados Unidos, decide largarse a Inglaterra con sus dos hijos. Allí cuenta con la colaboración de Lewis, que la apoya incluso financieramente. Pero, ojo, que es sólo amistad. Lewis nunca había encontrado un cerebro dentro de un cuerpo femenino que se complementara tan bien con el suyo. Hay que reconocer que Lewis tenía que tener talento. No todos son capaces de convertir una conversión al catolicismo en una oportunidad para ligar, más cuando ya eres cincuenton. Obviamente, Lewis no lo veía (o no se atrevía a verlo) de esta manera tan frívola.

Joy Davidman. Imagen: Wikipedia.

En 1.956 el ministerio del Interior británico no concedió la renovación de la visa a Joy Davidman. Lewis no quería verse privado de su mejor amiga y ella no quería volver a los Estados Unidos. Así que decidieron concertar un matrimonio de conveniencia para que ella pudiera quedarse en Inglaterra. La ceremonia civil tuvo lugar en Oxford el día de San Jorge de 1.956. Se dieron un par de besos, se tomaron un par de pintas y se fueron cada uno a su casa.

En octubre de 1.956 Joy tropezó en su casa y se rompió la pierna. Seguramente fue al revés, primero se rompió la pierna y después se cayó. Joy tenía cáncer de huesos y de mama. Fue entonces, en el hospital, al saber la gravedad de la enfermedad (una sentencia de muerte, vaya), que Lewis cayó de la parra y se dio cuenta de que estaba enamorado de Joy.

Como ambos eran católicos se pusieron de acuerdo para casarse por la Iglesia. Pero la Iglesia no cooperaba demasiado porque Joy estaba divorciada. Al final consiguieron que un parroco amigo de Lewis los casara en la habitación donde Joy estaba hospitalizada el 21 de marzo de 1.957. La mayoría de los amigos de Lewis no aprobaban este matrimonio, lo cual demuestra que, en realidad, eran unos imbéciles prescindibles. El matrimonio de Lewis y Joy coincidió con una mejoría en la enfermedad de Joy y todavía tuvieron un par de años buenos. Tuvieron luna de miel en Gales y un viajecito a la Irlanda natal de Lewis. Desgraciadamente, una revisión en 1.959 concluyó que el cáncer había vuelto para quedarse. En abril de 1.960 aún viajaron a Grecia para cumplir un sueño de Joy de toda la vida pero quedó exhausta y a la vuelta su estado empeoró dramáticamente. Joy murió en Oxford el 13 de julio de 1.960.

Lewis se reunió con Joy tres años después. Su muerte no le importó, casi que literalmente, a nadie. No porque el mismo día muriera Aldous Huxley, sino porque el mismo día John Fitzgerald Kennedy era asesinado en Dallas.

¿Tenemos tema ahora para una peli?

Os aseguro que sí:

Imagen: cazandoestrellas

¿Lo veis? Os dije que había para una peli