domingo, 25 de diciembre de 2011

La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (4). Kurt Wittgenstein.

Viene de La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (3). Paul Wittgenstein.

Aunque Konrad, desde ahora Kurt, era mayor que Paul y Ludwig era más bajo y de naturaleza más débil. A juicio de su familia era bastante aniñado. Kurt sí hizo el servicio militar, un año, y consiguió ser inscrito como teniente en la reserva. Estudió para ingeniero en la Universidad Técnica de Hannover y se sacó el título en 1899. En 1906, financiado por su padre, fundó una fábrica de laminados junto a su socio Sebastian Danner en Judenburg, a las orillas del río Mur. Esta era la primera de su estilo en usar calderas eléctricas que generaban un calor más consistente y controlable que las alimentadas por carbón y que producían un metal líquido sin las impurezas que tenían las anteriores. Más de cien años después esta empresa, Stahl Judenburg, sigue en activo.
Nunca se casó. Parece ser que tuvo un par de noviazgos fracasados. Su felicidad consistía en tocar el piano, cazar, conducir coches rápidos y los niños. En su familia le consideraban un niño grande y nunca le tomaron en serio. Es curioso que su padre Karl, tan preocupado de tener un heredero para sus empresas, nunca le tuviera en cuenta a pesar de ser el que más cerca estuvo de seguir su línea de negocios.

Las cosas no le habían ido mal y el 9 de abril de 1914 llega a Nueva York a bordo del barco alemán Imperator. Su propósito era explorar las posibilidades de hacer negocios en la industria estadounidense y canadiense del acero. Durante su estancia combinó el placer con los negocios hasta que le pilló el estallido del conflicto mundial. Ese verano Kurt iba a regresar a Europa pero las autoridades norteamericanas se lo prohibieron. Kurt se presentó en el Consulado austríaco en Manhattan y lo pusieron a trabajar en el departamento de propaganda.

Su familia estaba más angustiada por el “deshonor” que suponía para Kurt no estar en el frente que aliviada por saberle seguro. En sus cartas Kurt siempre decía lo mucho que desearía poder estar aportando su granito de arena en el frente pero que no le dejaban partir. Era cierto, como oficial de la reserva se le suponía la intención de incorporarse al ejército y no se le permitía volver a Austria. Parece ser que tuvo una participación bastante activa en el consulado y no fue hasta que todos los diplomáticos austríacos fueron expulsados, en mayo de 1917, que Kurt pudo regresar.


Los Wittgenstein en 1917, Kurt es el primero por la izquierda y Paul el segundo por la izquierda. El primero por la derecha es Ludwig. Imagen: the reading room

En algún momento de la debacle austríaca en el frente italiano Kurt se pegó un tiro. Me sorprende que la familia esté tan convencida de ello porque, si bien nadie cuestionaba el hecho del suicidio, las historias que envuelven ese momento son dispares. Fue enterrado en algún lugar no identificado, como tantos otros. ¿Realmente alguien le vio dispararse en la cabeza? ¿No sería que podía más en el recuerdo de la familia el hecho de que dos hermanos antes que él se suicidaran? Y, ¿no es extraño que, además, estuvieran tan convencidos del suicidio de Hans -acaecido años atrás- cuando, en realidad, su cuerpo desapareció y tan posible es que hubiera tenido un accidente como un suicidio?

En unas memorias que Hermine, la hermana mayor de los Wittgenstein, escribió decía que Kurt se había disparado sin razón aparente. Pero distintas ramas de la familia daban razones diferentes a este suceso. Al parecer Paul le explicó a su amiga Marga Deneke en los años 20 que, en los días finales de la guerra, se le ordenó exponer a sus tropas bajo el bombardeo de los cañones italianos en una orden que suponía la segura aniquilación de sus hombres. Sabiendo lo inútil de la orden se negó a ejecutarla pero, después, temeroso del consejo de guerra se suicidó. Con todo el desbarajuste de la derrota no se investigó su muerte y quedó en el olvido.
Un sobrino de Kurt, Ji Stonboroug, sostenía que Kurt se suicidó inmediatamente después de la firma del armisticio para no soportar la humillación de la rendición.
Una tercera versión dada por una hija de Paul, Johanna, sigue la línea argumental de su padre pero con detalles más dramáticos. Kurt se habría enfrentado al oficial que pretendía el sacrificio de sus hombres pistola en mano y le amenazó. El otro oficial retrocedió pero amenazándole, al mismo tiempo, con el consejo de guerra. Cuando Kurt se dio cuenta de la que había liado se habría volado la cabeza.
Una cuarta versión dice que los que se negaron a avanzar fueron sus propios hombres, que se habían amotinado. Kurt tenía que elegir entre desertar con ellos, quedarse solo luchando o pegarse un tiro.

Fuentes consultadas en orden de mayor a menor importancia cuantitativa en la redacción de estos posts:

WAUGH, Alexander, The House of Wittgenstein. A Family at War, Bloomsbury Publishing, 2008, London.
NOLL, Justus, Ludwig Wittgenstein y David Pinsent, Muchnik Editores, 2001, Barcelona.
GILBERT, Martin, La Primera Guerra Mundial, La Esfera de los Libros, 2004, Madrid.

La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (3). Paul Wittgenstein.

Viene de La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (2). Ludwig Wittgenstein.

A diferencia de su hermano Ludwig, los motivos de Paul para entrar en la guerra eran más ideológicos y patrióticos que una oportunidad de poner a prueba la propia valía. Lo que sí compartía con Ludwig era el pesimismo respecto de las posibilidades de las armas austríacas. Paul, que era un monárquico convencido, se temía que el único futuro de los Habsburgo era perecer con honor. Como Paul sí que había hecho el servicio militar y era teniente en la reserva se incorporó a su antiguo regimiento: el sexto de Dragones.

El 23 de agosto de 1914 Paul Wittgenstein llevaba cuatro días destinado en la zona de Galitzia. Ese día Paul dirigió una patrulla de reconocimiento formada por seis hombres cuya misión era encontrar y tomar nota de la posición y número de las tropas rusas en el sector. Desde el final del bosque de Topola pudieron tomar cuenta de la reunión de tropas que se estaba formando en la planicie de Grabowiec. Según el discurso oficial Paul se portó con gran valor. Cayeron bajo el fuego de una patrulla rusa y Paul salvó a dos de sus compañeros heridos. A continuación lideró el contraataque que permitió salvar la situación. A partir de ese momento Paul no recordaba nada porque fue herido de bala en el codo del brazo derecho y el extremo dolor le hizo desvanecerse rápidamente. Tiene recuerdos inconexos de cuando le conducían al hospital militar y ya está. Respecto a su comportamiento heroico precedente Paul confesó a su madre que no había nada de eso: “Tú no lo creerás pero yo sé que no.” Da igual, Paul fue condecorado en 1916 por esa acción, pasara lo que pasara.

Cuando Paul se despertó de la operación tuvo dos buenos motivos para desesperarse. Los médicos le habían cortado el brazo y, encima, los rusos acababan de ocupar el hospital. Esto tuvo consecuencias sobre él ya antes de ser prisionero recién mutilado. La operación había sido hecha bajo la presión de la llegada de los rusos y fue bastante chapucera. Tiempo después Paul tendría que ser operado otra vez para que le arreglaran el muñón.

Si ser soldado ruso ya era duro mucho más lo era aún ser su prisionero. La Convención de La Haya que regía, a la sazón, las relaciones entre prisioneros y captores dictaminaba, por ejemplo, que los prisioneros debían poder mantener sus posesiones materiales. Sin embargo, se hacía difícil de cumplir cuando sus captores carecían prácticamente de todo. La corrupción de los rusos añadía más sufrimientos a los prisioneros austríacos. Paul pudo comprobar en su largo y penoso viaje en tren hacia el este que era inmune a las picaduras de pulgas y piojos. No les gustaba su sangre.


Un joven Paul Wittgenstein. Imagen: bach-cantatas.com

Hasta tres semanas después de ser capturado no pudo Paul escribir a casa. Y tres meses tardó, yendo siempre hacia el este, en llegar a Omsk, la capital de Siberia occidental. Una ciudad de unos 130.000 habitantes que acogía a unos 96.000 prisioneros de guerra. Paul pudo hacer valer sus privilegios como oficial. No tenía que hacer labores físicas y recibía 50 rublos al mes para poder comprar comida, jabón y otras cosas importantes. Bueno, la verdad es que pocas veces veía esos 50 rublos dada la corrupción de los rusos, pero seguía estando comparativamente bien tratado. Fue alojado en el hospital de Omsk, que carecía de casi todo pero que era más limpio, por ejemplo, que el hospital en Orel donde le habían alojado con enfermos de tifoideas y difteria.

Antes de llegar al hospital de Omsk Paul ya había decidido, con brazo o sin él, que continuaría su carrera como pianista. Tenía tres referentes a los que imitar. El primero su propio profesor y mentor, íntimamente unido a la familia Wittgenstein, el organista ciego Josef Labor. El segundo era el conde húngaro Géza Zichy, que había deslumbrado a Listz con su ejecución pianística utilizando sólo la mano izquierda. Con motivo de la guerra y del aumento de número de discapacitados escribió un libro de autoayuda en el que explicaba cómo desenvolverse en el mundo con la ayuda de una única mano. Uno de los ejemplares le fue enviado a Paul mientras estaba todavía cautivo. El tercer referente era el virtuoso lituano Leopold Godowsky que había arreglado obras de Chopin para tocarlas con la mano izquierda.


Josef Labor, mentor de Paul e íntimo de los Wittgenstein. Imagen: wikipedia

Paul cogió un cajón vacío y en él dibujo con carboncillo las teclas de un piano. Paul no conocía los arreglos de Godowsky pero sí de su existencia. Los estudios de Chopin sí que los conocía bien porque los había interpretado en un par de ocasiones antes de la guerra. A priori parecía imposible de ejecutar a una sola mano pero Godowsky lo había conseguido exitosamente, luego se podía hacer. Así que Paul se pasó hora tras hora golpeando aquel cajoncillo con los dedos de su mano izquierda mientras reconstruía en su cabeza como sonaba y como podría sonar.

Los golpecitos de Paul en el cajoncito llamaron la atención de un diplomático danés llamado Otto Wasted. Hay que recordar que Dinamarca fue un estado neutral durante este conflicto y tenía un consulado abierto en Omsk que aprovechaba para realizar tareas de supervisión en nombre de la Cruz Roja. Wasted se dirigió al gobernado militar pidiéndole que Wittgenstein fuera llevado, cuando se le diera de baja en el hospital, a un lugar equipado con piano. En realidad eso no era tan difícil. Omsk no estaba preparada para soportar esa avalancha de prisioneros y tenían que alojarlos muchas veces, mientras se construían los barracones pertinentes, en equipamientos ya existentes como bodegas, mataderos, burdeles e, incluso, hoteles.

Así que hacia febrero de 1915 Paul fue transferido a un hotel de Omsk donde pudo empezar a practicar al piano con su mano izquierda. Su objetivo era trabajar sobre todas las piezas que recordaba para que fueran “tocables” con su única mano. Para abril había progresado bastante y se veía animado para escribir a casa pidiendo que Josef Labor escribiera algo para que fuera interpretado con la mano izquierda. Labor comenzó a trabajar en ello y pensó en enviárselo a Siberia pero por distintas circunstancias Paul no conocería la obra hasta su regreso a casa.

Mientras tanto, fue interceptada por los rusos una carta de Wadsted en la que se quejaba del trato recibido por los austríacos en Omsk. El comandante ruso de los campos de prisioneros en Omsk, el general Alexei Plavsky, acusó a su vez a Wadsted de espionaje y presionó para que el consulado danés fuera cerrado y Wadsted repatriado. En la vorágine del caso un oficial austríaco que vivía en el mismo hotel que Paul fue detenido, juzgado y condenado a muerte por espionaje. Afortunadamente intervino la princesa alemana Cunigunde von Croy-Dülmen, quien ejercía de inspectora de la Cruz Roja, y que contrató a un abogado que pudo demostrar la conspiración contra el oficial austríaco. Aunque esta parte salió bien los oficiales alojados en el hotel donde Paul estaba residiendo fueron trasladados. El gobernador de Omsk, general Moritz, fue acusado, durante este escándalo, de conspirar para reservar a los oficiales germánicos los mejores sitios. Claro, con ese apellido, ¿qué se podía esperar? Las directrices, sin embargo, eran que los mejores sitios fueran reservados a los prisioneros eslavos con la esperanza de que se pasaran a su bando. En suma, Moritz se asusta y echa a los oficiales de origen germano a sitios peores. Paul no sólo perderá su piano sino que será arrojado a un sitio terriblemente peor que el precedente.

El Krepost, situado a las afueras de Omsk, ya había ganado fama universal a través de los recuerdos de Dostoyevsky, que había pasado ahí una larga temporada. No quedaba mucho de la estructura física que tenía cuando fue construido en el siglo XVIII pero mejor no estaba. Consistía en unas cuantas barracas sin calefacción de madera y ladrillos rodeadas por una valla alambrada de 21 pies de alto y con seis torres de vigilancia. Nürse Brändström, inspectora de la Cruz Roja, lo consideraba único incluso para lo habitual en Siberia. Otros observadores internacionales lo consideraban un deshonor para Rusia, un refugio para los piojos, un lugar sólo bueno para coger la tifoidea y otras enfermedades. El Krepost, teóricamente diseñado para 300 personas, albergaba 1000 prisioneros. Los encargados de la prisión no ahorraban sadismos. Por ejemplo, no es que Paul no pudiera tocar el piano ni ningún otro instrumento sino que estaba prohibido cantar o silbar. La comida la hacían los prisioneros pero no contenía la carne que supuestamente se les debía dar, vendidas por sus vigilantes rusos en el mercado negro, y consistía en huesos, pezuñas, cabezas y orejas hervidas. No tenían letrinas ni, ante sus ruegos, se les permitió hacerlas. Las necesidades se tenían que hacer en agujeros en el suelo por lo que los prisioneros que tenían una o las dos piernas amputadas debían ir acompañados de alguien.

Monumento a Dostoyevsky en Omsk. Imagen: wikipedia

Paul estaba perdiendo la esperanza. Paul sabía que había figurado en alguna de las listas de intercambio de prisioneros, en las que figuraban en primer lugar los enfermos y discapacitados porque se contaba con que estos nos volverían a empuñar las armas. Sin embargo, el tiempo pasaba y el intercambio no se producía. La familia de Paul empezó a preocuparse porque se dio cuenta de que el tono de sus cartas era cada vez más amargo y más crítico y esto le podía ocasionar serios disgustos con las autoridades rusas. Una carta que consiguió sortear la censura era muy atrevida: cifraba sus únicas esperanzas en una victoria austríaca y decía que de buena gana donaría un millón de coronas a la causa de las armas austríacas. Menos mal que no decía nada de la epidemia de tifus que se había desatado entre los prisioneros. La suerte de Paul es que era inmune porque, por lo visto, se contagiaba a través de los piojos.

Hasta el verano de 1915 no se produjo el primer intercambio de prisioneros y Paul no estaba entre los afortunados. Uno de los que sí consiguió volver desde Omsk a casa en aquella ocasión, el teniente Gürtler, aprovechó para visitar la gran casa de los Wittgenstein en Viena. Ahí les explicó por qué Paul no estaba entre los liberados. Leopoldine, la madre de Paul, había mandado grandes sumas de dinero a Paul. Este dinero no había llegado a Paul, se lo habían guardado sus vigilantes y estos, lógicamente, no tenían ninguna intención de perder estos ingresos. No está claro que hizo Leopoldine al respecto pero durante el otoño fue enviado a Moscú a ser examinado por una comisión médica. Esta reconoció su grado de incapacidad y también advirtió a Paul que, de ser devuelto a Austria y fuera nuevamente capturado vistiendo el uniforme austríaco sería inmediatamente pasado por las armas.

En noviembre de 1915 Paul estaba de nuevo en Viena. Lo primero que hizo fue a que le arreglaran el estropicio que le habían hecho al cortarle el brazo, operación que tenía su dificultad y que le tuvo dos semanas de dolorosísima convalecencia. Pasada esta, se reincorporó con desbordante energía a su nueva vida y empezó a organizar su anunciada donación de un millón de coronas. La otra cosa, más importante aún, que Paul inició con firmeza obsesiva fue los ensayos para el concierto que Labor había escrito para él. Tuvo la desgracia, sin embargo, de caerse en el baño sobre la mano que le quedaba y romperse un hueso de un dedo. Paul estuvo un mes entero sin poder practicar. No fue hasta el 11 de marzo de 1916, dos meses y medio después del resbalón, que Paul ejecutó esa obra en una audición privada en el Salón de música del palacio de los Wittgenstein en Viena. El 28 de octubre de 1916 Paul tocó otra pieza compuesta para él por Labor. En ambas ocasiones los asistentes quedaron encantados. En esta segunda interpretación asistió el empresario Hugo Knepler, que organizó un concierto público para el 12 de diciembre en Viena. Los carteles anunciadores no hacían referencia a la condición de concertista manco de Paul, pero sí explicaba que las obras seleccionadas estaban arregladas para ser tocadas a una sola mano.
Este concierto le abrió las puertas. Las autoridades vieron en él una fuente de inspiración y comenzó una serie de exitosos conciertos ante audiencias de soldados, inválidos y trabajadores en ciudades como Wroclaw, Kladno, Teplitz, Brno y Praga y en marzo de 1917 debutaba, con gran éxito también, en Berlín.
Sin embargo, Paul no está enteramente conforme con su apacible presente cuando el destino del Imperio está en juego. Hace mover sus influencias y consigue ser readmitido en el ejército en agosto de 1917, a pesar de la amenaza de que sería fusilado por los rusos si volviera a ser capturado. Al principio estuvo haciendo tareas administrativas menores en la pequeña ciudad de Hermagor, lo cual le puso de bastante mal humor. Pero a finales de septiembre de 1917 es destinado al Cuartel General del IV Ejército en Ucrania occidental. Aquí tuvo el deleite de comprobar que podía telegrafiar con una mano más rápidamente que sus compañeros. La máquina que utilizaban era una Hughes, que tenía un teclado similar al de un piano, con catorce teclas blancas y catorce teclas negras.


Telégrafo Hughes. Imagen: wikipedia

A finales de febrero de 1918 vuelve a Viena de permiso al disolverse el IV Ejército. Enviado al frente italiano como ayudante del general Anton Schiesser fue desmovilizado en agosto de 1918. Las razones son desconocidas. Paul siempre se mantuvo orgulloso de su actuación en el ejército, así que es muy probable que el motivo no fuera deshonroso sino alguna enfermedad, fácilmente la gripe española.

Continúa en La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (4). Kurt Wittgenstein.

La familia Wittgenstein en la Gran Guerra.(2) Ludwig Wittgenstein.

Viene de La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (1). Introducción.

El más pequeño de los hermanos Wittgenstein estaba de vacaciones en Hochreit, el refugio de los Wittgenstein en la montaña junto a Paul y sus hermanas, cuando se declaró la I Guerra Mundial. Se puede decir que le pillaba en plena crisis, pues sus vacaciones eran casi una huida de Cambridge. Ludwig daba por rotas sus relaciones con sus compañeros de Inglaterra. Tampoco es de extrañar. Como su hermano Paul, Ludwig tenía un carácter de mil diablos. No había quien le aguantara. Le soportaban porque, de vez en cuando, se dejaba ver en él el pedazo de genio que era. Cuando llegó a Cambridge se puso a perseguir a Bertrand Russell y lo abordaba en cualquier momento y en cualquier sitio para enfrentarle a dilemas filosóficos. Russell lo consideraba un pesado, por momentos un loco. Si no lo mandaba a la porra era porque podía ver, por debajo de la vorágine de sus excentricidades, la naturaleza genial de su inteligencia. Ludwig se lo planteó claramente a Russell al final del primer semestre: “Dígame usted si soy un idiota o no. Porque si soy inteligente me dedicaré a la filosofía, pero si soy un tonto me dedicaré a diseñar aviones”. “Bueno, Ludwig, escríbame algo estas vacaciones sobre algún tema de filosofía que me permita juzgar”. Así fue, Wittgenstein le pasó unos apuntes al cumplirse el plazo. Russell, tras leerlos, dictaminó: “No se dedique usted a los aviones”.


Ludwig Wittgenstein hacia 1910, antes de ir a Cambridge. Imagen: wikipedia

Wittgenstein no pasa desapercibido en Cambridge. Keynes y el historiador Lytton Strachey lo fichan para la Sociedad de Conversación de Cambridge, un club secreto de intelectuales de izquierdas y en su mayoría homosexuales que se hacían llamar los Apóstoles. Su entrada se hace para disgusto de Russell, que quería guardarse a Wittgenstein sólo para él -aunque hay que decir que Russell, sabedor en su vejez de este comentario, lo negó rotundamente. Sea entonces esta opinión solamente una malicia de Lytton Strachey.

En Cambridge conoce a David Pinsent y con él conoce Wittgenstein el significado de la verdadera amistad. Con David compartía, por ejemplo, el amor por la música -una de las características de todos los Wittgenstein- y será David quien le acompañe en sus escapadas a Islandia y Noruega.


David Pinsent, gran amigo de Ludwig Wittgenstein. Como piloto de pruebas moriría en un accidente de aviación en 1918. Imagen: mike in mono

Como he adelantado antes el comienzo de las hostilidades pilló a Wittgenstein en Austria. Inmediatamente se desplazó de Hochreit a Viena y su primer impulso fue intentar viajar a Noruega, pero las fronteras ya se habían cerrado. A diferencia de sus hermanos Paul y Kurt, Ludwig no había hecho el servicio militar. En Austria la mili era obligatoria pero resultaba tan cara para las arcas estatales que había cientos de estratagemas y posibilidades para librarse de ella. Al final, sólo uno de cada cinco austríacos llegaban a realizar el servicio militar. En teoría se tenían que chupar tres años pero la mayoría, por lo motivos mencionados, cumplían un período más corto. Si tuvo alguna vacilación le duró poco tiempo. Ludwig se alistó voluntario como soldado raso. Rechazó la posibilidad de ser oficial. No iban con él los privilegios, entre otras razones porque Ludwig fue uno de los que vio en la guerra una oportunidad para probarse, para comprobar por sí mismo donde estaban sus límites. La cosa fue rápido y para el 7 de agosto ya se le comunicaba destino.

Con todo, Ludwig no era optimista respecto de las posibilidades militares del viejo Imperio. No fue nunca con él la cantinela de que todo habría acabado para Navidad. Al contrario, escribía Ludwig por aquellos días del verano de 1914 que: “me parece irrebatible que no tenemos la más mínima posibilidad contra Inglaterra. Los ingleses -la mejor raza del mundo- no pueden perder. Nosotros, sin embargo, podemos perder y perderemos, si no este año el que viene. El pensamientode que nuestra raza va a ser derrotada me deprime horriblemente”.

Su primer destino es en la corbeta Goplana, que patrulla el río Weichsel. El día que se incorpora comienza a escribir sus diarios de guerra, de los que se conservan los relativos a los siguientes períodos: del 9 de agosto al 30 de octubre de 1914; del 30 de octubre de 1914 al 22 de junio de 1915 y del 28 de marzo al 19 de junio de 1916. En las hojas de la lado izquierdo confiesa sus esperanzas y sus debilidades. En las hojas del lado derecho trabaja en el Tractatus.


El Goplana. Imagen: wittgen-cam.ac.uk

El mes de agosto es de un calor terrible y sus compañeros no le soportan. Ludwig se siente hostigado y apartado, pero persevera en su deber: “No puedo seguir escribiendo. Ha sido espantoso. De una cosa no me queda la menor duda: no hay un solo tío decente en toda la tripulación. ¿Qué actitud he de tomar ante ellos en el futuro? ¿He de armarme simplemente de paciencia? ¿Y si no me da la gana? Entonces tendré que vivir en una lucha constante. ¿Qué es mejor? En el segundo caso, seguramente habré de sucumbir. En el primero, quizás no.”

En el Goplana Ludwig pela patatas, limpia letrinas, maneja un reflector, si le dejan escribe y trata de no perder los nervios. Un día hacen alto en la localidad de Tarnow, unos cuarenta quilómetros al este de Cracovia. Ludwig entra en una librería que, en realidad, no vende libros sino tarjetas postales. Sólo hay un libro disponible a la venta, en alemán. Una señal para Ludwig. Se trata de la Breve explicación del evangelio de León Tolstoi. En esta breve obra expone Tolstoi su visión del cristianismo, la cual se resumía en un acendrado ascetismo, en la renuncia de los placeres físicos para encontrar el espíritu de Jesucristo. Ludwig lee esta obra con fruición y la lleva consigo a todas partes. “Esta obra me mantuvo vivo” diría después. El valor del que hará gala en la guerra se fundamenta en este ascetismo, en este sufrimiento que Wittgenstein buscaba. Sus compañeros lo ven claro. ¿Quién, Ludwig? Ah, sí, el del evangelio.
Por otra parte, es interesante señalar las semejanzas de estructura entre el Tractatus y la obra de Tolstoi, lo cual da cuenta una vez más de la influencia que ejerció esta obra de carácter religioso sobre él.

El 5 de noviembre de 1914 llega Ludwig a Cracovia con la ilusión de encontrarse con el poeta Georg Trakl. Esta cita no tendrá lugar porque Trakl había muerto hacía tres días víctima, según el informe oficial, de una sobredosis de cocaína. Esta reunión que no llegó a producirse tiene unos interesantes antecedentes.


Georg Trakl. Imagen: wikipedia

En enero de 1913 murió el padre de Ludwig, Karl, y Ludwig heredó, por consiguiente, una fortuna bárbara. Ludwig decidió donar gran parte de su fortuna a artistas varios. Tampoco era algo tan raro, en la sociedad de la época esto de las donaciones era bastante habitual. Así que Ludwig se puso en contacto con Ludwig von Ficker, editor de la revista Der Brenner, para que repartiera cien mil coronas entre artistas austríacos carentes de recursos. Esta cantidad suponía, en realidad, un tercio de las rentas anuales de Ludwig. Ficker lo reparte entre diecisiete artistas, casi todos colaboradores de su revista. Entre ellos figuran los nombres de Rainer Maria Rilke, Oskar Kokoschka, Adolf Loos, Theodor Haecker y Georg Trakl. La donación se hace de forma anónima. Ficker hace llegar las cartas de agradecimiento a Ludwig como comprobante de que la donación se ha hecho efectiva. Estas notas de agradecimiento le dejan un sabor desagradable a Wittgenstein por su tono antipático, excepto la carta de Rilke.
A Kokoschka, por ejemplo, le vendrá muy bien este dinero: “Ahora puedo trabajar, y no desperdicio mis fuerzas en la lucha por la existencia.” El único que ya por aquel entonces supo quién era su anónimo mecenas fue Georg Trakl. Se hubiera llevado bien con Wittgenstein porque también era rarito. Cuando iba hacia el banco a cobrar el cheque le dio un ataque de pánico y salió corriendo. Al menos, ese dinero sí que será disfrutado por su hermana Grete, que era epiléptica y a la que Georg quería sobre todas las cosas. Georg Trakl es otro de los que ven la guerra como una liberación personal. Marcha al frente como sanitario, lo cual es un peligro porque Trakl le pega a cualquier cosa que lleve alcohol o droga. Tal vez Trakl albergara en su interior la simiente de la locura, pero los hechos le invitan a despeñarse por el abismo de la insania. Durante un período Trakl quedará en solitario al cargo de noventa heridos austríacos. La experiencia le supera. Unos días después, durante la cena, se levanta pistola en mano y sus compañeros tienen que reducirlo. Parece que la cosa queda ahí pero, dos semanas después, es llevado a un hospital militar de Cracovia. Trakl pensaba que iba de enfermero y resulta que lo ponen en observación psiquiátrica. Trakl está angustiado, además, porque teme que el incidente de la pistola le lleve ante el pelotón de fusilamiento. Delito: desaliento, falta de ánimo ante el enemigo. En el hospital Trakl se escribe con Wittgenstein y le ruega que le visite. Como sabemos, eso no sucederá.

En agosto Ludwig había vivido una escaramuza. Lo despertaron a la una de la madrugada y tuvo que salir corriendo casi en pelota para hacerse cargo del reflector. “Pensé que moriría” escribió después pero la situación no fue para tanto. Más un susto que otra cosa. Sin embargo, el 13 de septiembre les pilló una ofensiva rusa y tuvieron que salir pitando dejando atrás su barquito. En su diario Wittgenstein recuerda aquellas treinta horas largas pero horribles sin dormir.

Pasa el tiempo. En julio de 1915 nos encontramos a Ludwig trabajando en un armería en Cracovia. Un accidente, una explosión, y Ludwig queda herido más en su amor propio que otra cosa. Eso sí, en estado de shock, lo cual hace que le den un permiso de tres semanas. En el tiempo anterior Ludwig no había dejado de sorprender a sus superiores. Estos pensaban que aprovecharía sus influencias y/o su fortuna para conseguir los puestos menos peligrosos y él se empeñaba en pedir los destinos más arriesgados.

Desde marzo de 1916 le dan el gusto y Ludwig tiene la ocasión de probarse a sí mismo como observador de la artillería. El 5 de junio de 1916 Ludwig pasa el examen. “Sin hacer caso del intenso fuego de artillería que caía sobre la casamata ni de las bombas de mortero que estallaban, observó los disparos de los morteros y los localizó. De hecho, la batería consiguió destruir dos morteros de grueso calibre con impactos directos, según confirmaron los prisioneros que se tomaron.” Esto le valió la Medalla de Plata al Valor de Segunda Clase, una distinción inédita para un simple soldado de primera clase. Tras estos encarnizados combates, Ludwig es ascendido a cabo y enviado a la escuela de oficiales de Olmütz el 1 de septiembre de 1916. Hacía tiempo que Ludwig podría haber sido oficial si hubiera querido. Su hermana Hermine sospechaba que era por su manía ascética que Ludwig rechazaba cualquier cosa que oliera a privilegio. Por su parte, su hermano Paul se lo dejó clarito en una carta: “Si no hubiera sido por mis privilegios como oficial no habría sobrevivido a mi cautiverio en Rusia.” Finalmente será ascendido a teniente en febrero de 1918.

En julio de 1917 Ludwig obtuvo la medalla de plata al valor por su trabajo como observador de artillería, dirigiendo los cañones austríacos bajo un intenso bombardeo de los rusos y causando gran cantidad de bajas entre ellos en momentos decisivos.

Ludwig pide una y otra vez, y obtiene, los destinos más peligrosos. Da igual, sus compañeros no le admiran, le detestan. “Vivo rodeado de gente que me odia”.

Ludwig no sabe que el millón de coronas que ha donado con el objeto de diseñar y construir un gigantesco mortero se ha escurrido por el sumidero de la burocracia. Seguramente la cosa hubiera ido mejor si lo hubiera intentado diseñar él. Mueve los hilos para ser trasladado de artillería a infantería. Alguien le ha dicho que la infantería es mucho más peligrosa y, como Ludwig escribe, espera que la muerte le traiga luz a su vida. Teniendo en cuenta que coquetea con la idea del suicidio desde que tiene diez años no extraña tanto esa afición a hacerse matar. Sin suerte. A infantería no pero al frente italiano sí que es trasladado en la primavera de 1918, aprovechando que los rusos se han retirado de la guerra.

El 15 de junio de 1918 Ludwig tiene acción a saco. La mención oficial dice: “Su comportamiento, de un valor excepcional, su calma, sangre fría y heroísmo despertaron toda la admiración de las tropas. Con su conducta ha dado un ejemplo espléndido de cumplimiento leal y marcial del deber.” Admiración y ejemplo puede ser, pero yo creo que seguían pensando que era un rarito. Entramos en detalles de aquel ajetreado día. Tras un duelo entre la artillería y ametralladoras de ambos bandos sale de patrulla para informar. Dos de los hombres que van con él caen heridos pero Ludwig carga con ellos y se los trae de vuelta a sus líneas. Más tarde, cuando está en su emplazamiento de artillería, un bombazo se carga al oficial y a tres servidores. Ludwig se hace cargo y dirige el fuego de los cañones provocando una gran mortandad en el enemigo. Los pobres desgraciados que tenía delante ese día eran ingleses. En realidad por esta acción había sido recomendado para la medalla de oro al valor pero no se la dieron porque un coronel alegó que su actuación no había tenido valor significativo sobre el enemigo. Es decir, habían perdido la batalla igualmente.

Al finalizar la contienda Ludwig es hecho prisionero como tantos otros austríacos. Su cautiverio es largo y penoso. Muchos austríacos perecieron por las malas condiciones en que vivían. Además, los italianos no se daban prisa por repatriarlos. Los prisioneros austríacos eran una interesante baza a la hora de negociar tratados de paz. Pese a todo ello, Ludwig rechazaba los privilegios inherentes a su condición de oficial. En otra ocasión, estuvo a punto de ser precozmente liberado. Ya que su madre había perdido tres hijos y tenía otro tullido, se propuso su liberación por motivos humanitarios. Ludwig rechazó firmemente tal posibilidad. A él le daba igual. Estaba reorganizando sus reflexiones filosóficas y dio forma definitiva a su Tractatus. Incluso consiguió sacarlo, a través de contactos, fuera del campo de prisioneros.

Hasta agosto de 1919 Ludwig no es liberado y llega a Viena. Lo primero que hace es renunciar a toda su fortuna y repartirla entre tres de sus hermanos: Paul, Hermine y Helene. Su abogado se queda con la boca abierta: “¡Así que quiere usted suicidarse financieramente!” El tío Paul también se coge un enfado de mil demonios, pero con sus hermanos. Está indignado de que acepten el dinero de Ludwig el cual, evidentemente, vuelve trastornado de la guerra. En sus cartas Ludwig admite que no se encuentra mentalmente muy bien.
En los años siguientes trabajará como maestro de escuela. En esos años apenas se quitará el uniforme. Sospecho que no era tanto por orgullo marcial sino como una forma ascética de no preocuparse de comprar ropa nueva. Sus alumnos más brillantes le recordarán con cariño. La inmensa mayoría le recordarán como el chiflado que se empeñaba en enseñar matemáticas avanzadas a niños de primaria. Además, de vez en cuando perdía la paciencia y soltaba unos guantazos a los niños en los que no se reprimía. Uno de estos castañazos tuvo consecuencias más serias y le costó un juicio que, parece ser, fue tapándose por la lentitud de la justicia y la influencia de la familia. En todo caso, le vino bien ser reclamado para volver a Cambridge.


Portada de la primera edición del Tractatus en inglés prologada por Bertrand Russell. Imagen: wikipedia

En 1922 su Tractatus logico-philosophicus había sido publicado. La edición en inglés prologada por Bertrand Russell. Tiene gran interés ver como es recibida por sus compañeros filósofos. Ludwig trata de explicar su obra a Paul Engelmann pero este ha de reconocer que está fuera del alcance de su entendimiento. El filósofo George Moore reconoce que más o menos la entiende cuando está trabajando en ella con Wittgenstein a su lado explicándosela, pero que cuando este se va no es capaz de seguir solo, que no la entiende. Moore reconoce que es la fuerza de Wittgenstein lo que le hace concluir que debe de tener razón y no la literalidad de su libro. El lógico alemán Gottlob Frege, que ya había recibido una copia en el verano de 1919, admitió que no había podido pasar de la primera página. Ludwig se quejaba de que Bertrand Russell no había entendido ni una palabra de su libro y este reconocía que, por lo menos, había varios puntos fundamentales de su obra a los que no acababa de coger el tranquillo. El filósofo y matemático Frank Ramsey viajó desde Cambridge hasta Puchberg para trabajar con Wittgenstein en la comprensión del Tractatus. Tras sesiones de cuatro a cinco horas diarias consiguieron avanzar, tras dos días, la friolera de siete páginas. Ramsey recuerda que a veces Wittgenstein no era capaz de explicar lo que acababa de escribir hacía cinco minutos. Ramsey regresó a Cambridge agotado pero proselitista convencido del Tractatus. Todos ellos caían bajo el influjo de la personalidad de Wittgenstein, de su magnetismo y su fuerza persuasiva. La exégesis del Tractatus provocó la publicación de cientos de libros, cada uno diferente del anterior.
Y, claro, es sólo desde la ignorancia que alguien, en un momento dado, pueda llegar a decir, ¿y qué pasa si al final no había nada? Eso es exactamente lo que pensaban en su familia, que no entendían como gente tan supuestamente inteligente había podido caer embaucada por la charlatanería de Ludwig al cual, al fin y al cabo, no había quien lo aguantara.

Continúa en La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (3). Paul Wittgenstein.

La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (1). Introducción.

Ludwig Wittgenstein pasa por ser uno de los filósofos más importantes del siglo XX. Las cosas como son: hablo por delegación. Me encanta la filosofía cuando la explican de tal manera que la pueda entender, pero si me enfrento a los libros de filosofía tal cual no entiendo nada de nada. Pero, en fin, ahí queda, que el tío era un genio.

Abramos boca. Wittgenstein pertenecía a una familia de multimillonarios austríacos del acero. Comenzó estudios de ingeniería aeronáutica. Suena sofisticado, ¿verdad? Moderno sí que era, la aviación no tenía todavía ni diez años de historia.

Cursando estos estudios se aficionó a la filosofía y decidió que tenía que ir a estudiar a Cambridge. El dinero no era problema. Ahí se encuentra con Bertrand Russell -otro pedazo de personaje absolutamente apasionante que ya por entonces gozaba de grandísima reputación- y con él traba gran amistad. También con otros figuras de Cambridge: algunos entonces en la cumbre de su fama y hoy bastante desconocidos, como George Moore; y otros que, al revés, representaban la variante restante, es decir, entonces desconocidos pero después celebérrimos, como Keynes. Wittgenstein entrará junto a estos y otros en el selecto club de los Apóstoles, donde sólo se podía entrar por invitación tras ganarse su respeto intelectual.

La guerra le pilla de vacaciones en Austria y se alista como soldado raso. No adelantaré acontecimientos. Sólo diré que cuando regresa a casa lo hace cargado de condecoraciones: medalla de plata al valor, segunda clase (19/10/1916); medalla de bronce al valor (19/10/1916); cruz Karl al conjunto de la tropa (28/1/1917); medalla de plata al valor, primera clase (25/8/1917); medalla al mérito militar, con condecoración (12/7/1918). Entre combate y combate encuentra tiempo para escribir el Tractatus Logico-Philosophicus, obra que acabará de completar una vez terminada la guerra mientras estaba cautivo de los italianos.

El Tractatus le deja aparentemente satisfecho. Abandona la filosofía porque considera que ha abordado y resuelto los principales problemas filosóficos. No necesita abuela. Se retira a trabajar unos años como maestro de escuela hasta que es requerido para que vuelva a Cambridge como profesor. En Cambridge es tratado como una celebridad, mejor dicho, como un guía espiritual. Muchos estudiantes le siguen y veneran incluso sin entender su obra.


Ludwig Wittgenstein hacia 1947. Imagen: wikipedia


Durante la II Guerra Mundial trabaja como camillero en un hospital de Londres. Tras la guerra vuelve a trabajar seriamente en la filosofía porque considera que su obra anterior y, a priori, definitiva es muy mala. Estos pensamientos sólo verán la luz públicamente de forma póstuma, pues el cáncer acaba con su vida en 1951.

Sin embargo, Ludwig no fue, en vida, el más famoso de los hermanos Wittgenstein.

Paul Wittgenstein era pianista y había debutado en 1913 como concertista. Al estallar las hostilidades se incorpora como oficial de la reserva a su regimiento. Las heridas de guerra le hacen perder el brazo derecho. Pese a ello, Paul Wittgenstein no se arredra. Dedica horas y horas practicando con su mano izquierda y perfeccionando la técnica con los pedales. Arregla obras para piano para poder tocarlas únicamente con la mano izquierda y encarga a otros célebres compositores que le escriban obras para tocar él mismo. Conseguirá su objetivo. El resto de su vida vivirá del piano y como pianista.

Un tercer hermano, Kurt, era oficial en el frente italiano. En los días del desmoronamiento final se descerrajó un tiro en la cabeza.

Si esto os parece medianamente interesante, esperad a conocer los detalles.

Continúa en La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (2). Ludwig Wittgenstein.