lunes, 21 de abril de 2014

C. S. Lewis, material para una película.

C. S. Lewis es la forma en que comúnmente se menciona a Clive Staple Lewis, profesor de Oxford, autor de las famosas Crónicas de Narnia, de las cuales se han vendido, según fuentes, unos cien millones de copias. Personalmente las Crónicas de Narnia, a las cuales sólo conozco por sus recientes producciones cinematográficas, me parecen una especie de Señor de los anillos pero mucho más infantil. Y no tiene que ser casualidad necesariamente. En Oxford, uno de sus mejores amigos y compañero de tertulia era Tolkien. Además de compartir interés por las literaturas más antiguas y por las fantasías épicas compartían otra cosa: eran veteranos de la Gran Guerra.

En el año 1.916 Lewis enfrentaba sus exámenes en Oxford con la certeza de que, cualquiera que fuese el resultado, de estar pocos meses después en Francia corriendo detrás (o por delante) de los obuses alemanes no se libraba. La mala noticia (o buena) era que tenía incentivos para aprobar. Fuera de estudiar lenguas muertas tenía comprobado que no tenía ningún otro punto fuerte, mucho menos alguna habilidad que fuera capaz de monetarizar en una vida productiva para la sociedad. La buena noticia (o mala) era que la estadística no estaba de su parte y que considerando su posible futuro como jóven oficial en las trincheras europeas, las preocupaciones que pudiera tener por la posguerra se antojaban bastante inútiles y ridículas.

Así que después de pasar los exámenes se fue al centro de formación de oficiales. Ahí hizo grandes amigos. Ya se sabe. Los grandes amigos se hacen en la facul y en la mili. Fuera de la facul y la mili ya no es lo mismo. Porque en estos ambientes los amigos trascienden, y en esos momentos de inquietud trascendental (pero, ¿qué hago yo aquí?, ¿para qué?, ¿estoy perdiendo el tiempo?, ¿no estaré haciendo el imbécil?) los amigos dan sentido. “Sólo por conocer a estos amigos merece la pena todo este esfuerzo, estas incertidumbres y estas penurias”. Luego, con el tiempo, te das cuenta de que no es verdad, que lo único que merece la pena, porque es incondicional, es tu madre y, a veces, ni eso. Pero, en fin, en su momento los amigos son fantásticos y cumplen su papel y emborracharse con ellos es menos aburrido.

The old set.

Total, que tenemos a una pandilla de chavalotes pendientes de cumplir los veinte en un año o dos. Pasemos revista. Además de Lewis, el irlandés, tenemos a Martin Sommerville, alumno de Eton; el chistoso del grupo es Alexander Sutton, alumno que fue de la Repton School al igual que el joven Denis de Pass; Thomas Davy era alumno de Charterhouse y, finalmente, Edward Moore, que había sido estudiante en el Clifton College de Bristol.

El chico del bigote debe de ser Edward (Paddy) Moore. El de la pipa es Lewis, que de joven todavía tenía un pase. Imagen: onegreatwar.tumblr

De todos ellos, Lewis se llevaba mejor con Sommerville, pero con quien hizo las mejores migas fue con el joven Moore. Así, cuando consiguieron sus diplomas de oficiales y les dieron un mes de permiso, en septiembre de 1.917, Lewis escogió pasar tres semanas en Bristol, en casa de Moore, donde conoció a su madre Jane. Tuvo que ser por esa época que Moore y Lewis hicieron un solemne pacto: si alguno de los dos caía, el otro se encargaría de cuidar de la familia del otro.

Todos ellos acabaron partiendo para Francia y fueron desperdigados por las distintas unidades que sostenían el frente. Antes de embarcarse Lewis tuvo la oportunidad de conocer a otro interesante y joven culto de 20 años, el teniente Laurence Johnson, con el cual coincidiría en el mismo batallón del Somerset Light Infantry, aunque en diferentes compañías. Así que las discusiones intelectuales y filosóficas que comenzaron en Inglaterra, las pudieron continuar en Francia cuando no caían demasiadas bombas. Una vez en Francia su padre le recomendaba una y otra vez que pidiera un traslado a algo que fuera menos peligroso, por ejemplo, a artillería, pero Lewis se resistía. La verdad es que se encontraba a gusto con los Somerset y, si algo no funciona rematadamente mal, no lo cambies. Además, resultaba que el capitán de su compañía había sido uno de sus maestros favoritos. El capitán Percy Harris, muy querido y altamente valorado por los hombres bajo su mando, le recalcó a Lewis, eso sí, la primera vez que se vieron, que omitiera su pasado académico, no fuera a ser que le perdieran el respeto.

Bueno, no todo iba a ser compartir el tiempo con lo más selecto de Oxbridge. Lewis también fraternizó con la plebe. Así llegamos a conocer al sargento Harry Ayres, un veterano de Somerset de 32 años. Lewis era un joven inexperto pero lo mínimamente avispado para darse cuenta de que no se enteraba, así que había fundado con Ayres la bastante extendida sociedad donde el sargento tomaba las decisiones y el oficial bisoño daba las órdenes. Y la asociación funcionaba bastante bien.

Desde el invierno de 1.917 Lewis estaba en el frente, y el mayor enemigo era el frío y la humedad. De todos modos, quienes le hicieron causar baja a finales de enero fueron los parásitos que provocaban la conocida como fiebre de trinchera. No importa mucho, Lewis no se iba a librar tan fácilmente de lo que se preparaba y ya estaba recuperado para estar en activo durante la ofensiva alemana de la primavera de 1.918. Los primeros días del ataque alemán Lewis estuvo relativamente tranquilo pero a partir del 9 de abril su sector del frente empezó a recibir el grueso del ataque alemán. El batallón de Lewis se fue desplazando y acabó posicionado al Sur del canal de La Basée. Al Norte, al otro lado del canal,en el pueblo de Riez du Vinage, los alemanes se habían hecho fuertes. El mando británico decidió que la mejor manera de proteger el canal era establecer una cabeza de puente al otro lado, precisamente en el pueblo de Riez du Vinage y precisamente el batallón de Lewis.

La operación se desarrolló de forma bastante estandarizada. Cortina de fuego seguida a cincuenta metros por la tropa atacante. La cortina de fuego va demasiado deprisa o la tropa demasiado despacio, que tampoco es cosa de acelerarse y que te machaque tu propia artillería, y cuando te quieres dar cuenta un par de ametralladoras que te cogen de flanco y adiós muy buenas. Pero no todo iba a ser desgracias, que además las repartían para todos. El teniente Lewis se cubrió de gloria capturando a sesenta prisioneros alemanes. La verdad es que Lewis se creyó muerto cuando vio a ese grupo de alemanes a su lado y que no se desmayó porque se dio cuenta, justo a tiempo, que iban con las manos en alto y con ganas de acabar con la maldita guerra de una vez. El día hubiera sido, en el plano personal, redondo para Lewis sino fuera porque su amigo Laurence Johnson, que participaba en el ataque, había sido gravemente herido y evacuado a retaguardia.

El día 15 continuarían los combates y en las últimas horas del día 15 dos pelotones de la compañía ligera de la que formaba parte Lewis se vieron envueltos, según parece, en un ataque junto con miembros del Regimiento Duque de Wellington. El ataque se dio por terminado por la comparecencia de la artillería alemana que se llevó por delante, según estimaciones, al cincuenta por ciento de la tropa atacante. Que se lo pregunten a Lewis. Un bombazo le llenó de metralla el cuerpo. La misma bomba acababa con la vida del sargento Ayres. El mismo día moría en el hospital, como consecuencia de las heridas recibidas el día anterior, el teniente Laurence Johnson. Los dos días de lucha habían costado 210 bajas al batallón.

Lewis no volvería al frente. Estuvo hospitalizado hasta junio y fue finalmente desmovilizado en diciembre. Como consecuencia de sus heridas del 15 de abril de 1.918, no pudo levantar el brazo izquierdo por encima de su cabeza nunca más, lo cual, visto lo visto, le importaba un pimiento. A veces sentía que se le detenía la respiración, lo que, dicen, es típica secuela de haber sido herido en el pecho. Después, lo habitual, dolores de cabeza y, claro está, las pesadillas.

Llegaba el momento de pasar página y reencontrarse con sus amigos. Hmmm. Un momento. Veamos:

Alexander Sutton: K.I.A. en enero de 1.918.

Thomas Davy, K.I.A., muerto de sus heridas a finales de marzo de 1.918.

Martin Sommerville: K.I.A. en Palestina, en septiembre de 1.918.

¿Y qué pasaba de su gran amigo, Edward Moore, con el que había sellado aquel pacto de cuidar a la familia del otro?

Pues que a Lewis le cayó el encargo. El teniente Edward Moore (lo siento, K.I.A. también) cayó el 24 de marzo de 1.918. Según el testimonio del fusilero John Howe, Moore formaba parte de un avance por una carretera que fue cogido por fuego de ametralladora. Moore fue herido en la pierna. Howe se le acercó y le empezó a vendar la herida. Durante el auxilio Moore fue alcanzado una vez más, esta vez en la cabeza. El enemigo estaba muy cerca, recuerda Howe, y era inútil arrastrar el cuerpo muerto. Su cuerpo ya nunca sería recuperado.

De la pandilla de chavalotes del verano de 1.917 sólo de Pass (que había sido dado por desaparecido aunque, afortunadamente para él, sólo había sido cogido prisionero por los alemanes) y Lewis vieron el final de la guerra. El cálculo de probabilidades decía que de los estudiantes de Oxford que se habían alistado el 25 % morirían en el frente. El grupo de Lewis pulverizaba la estadística.

¿Tenemos material para una película? ¿Todavía no?

Los inklings.

Unos años después nos encontramos en Oxford, donde unos señores estirados y aburridos, para más señas ingleses, se reúnen en el The Eagle and Child para ponerse (porque si no, ya me dirás a qué van a ir al pub) ciegos a base de pintas de cerveza. Como son muy estirados y muy aburridos la peregrina excusa que ponen es que se reúnen para leer, en voz alta, obras que tienen a medio escribir y que todavía no han acabado. Como son unos señores muy estirados y muy aburridos (¿lo había dicho ya?) y no tienen vida social el tema de la imaginación lo tienen en plan desbordante. Tolkien leía (o podía leer) El señor de los anillos, Lewis leía (o podía leer) Las crónicas, y si no ya les leería otra cosa, no os preocupéis. No os creáis que este grupillo de profesores de Oxford se reduce a Tolkien y a Lewis. Tenemos a Charles Williams. No he visto que participara en la guerra del 14, parece que se escaqueó. Debía de ser el listillo del grupo. Pues Williams también le daba a la fantasía, aunque sus ficciones tenían lugar en la actualidad y no en mundos imaginarios como los de Tolkien o Lewis.

Los Inklings. Unos señores (no tan) aburridos. Imagen: donilam.

De las muchas vidas que quisiera haber vivido y no viviré en una me veo con los Inklings, trajinándome pintas de cerveza como si tuviera un hígado prometéico, de esos que crecen por la noche. Los inklings es uno de esos grupos que dan lustre a las letras inglesas, como el círculo de Bloomsbury. Bueno, bien pensado, la comparación no es muy benevolente. A los inklings les faltaba, para parecerse a Bloomsbury, famosos, ricos y sexo, sobre todo mucho sexo. Para terminar de adobarlo, a los inklings les daba por las discusiones teológicas y a Lewis le dieron tanto la vara que acabó convirtiéndose al catolicismo.

¿Con las discusiones y lecturas de estos señores tenemos para una película aunque sea aburrida?

¿Y si añadimos las peripecias de Tolkien?

Tolkien y la TCBS.

La verdad es que estoy buscando una excusa para hablar de Tolkien. Encuentro que su peripecia en la Gran Guerra tiene bastantes paralelismos con la de Lewis.

Si Lewis hizo a sus amigos en la mili Tolkien los hizo en la facul. Bueno, en realidad casi podríamos decir que en el insti. La pandilla de Tolkien se constituyó en el King Edward's School de Birmingham. La (TCBS) Tea Club and Barrovian Society, que Tolkien y sus amigos fundaron en 1.913, contaba, en su núcleo duro, con el mismo Tolkien, Geoffrey Bache Smith, Robert Gilson y Christopher Wiseman.

Los chavalotes del TCBS de Birmingham. Imagen: Planet-Tolkien.

Cuando la guerra estalla, la familia de Tolkien se queda un poco desconcertada cuando este les revela que no se va a alistar inmediatamente y que va a esperar un año para acabar un curso que tiene pendiente en Oxford. Ahora esta actitud nos parece normal pero, en aquel momento, requería también de un cierto coraje pues suponía un cierto descrédito social. El año pasó, Tolkien hizo sus exámenes, fue a la escuela de oficiales y fue a Francia. Según una estadística que no se sabe de dónde sacó, decía que una docena de oficiales morían en el frente cada minuto. Por falsa que fuera, lo cierto es que a Tolkien no le hacía ni pizca de gracia ir a la guerra a que lo mataran, ahora que tenía 24 años, una esposa y una carrera.

Tolkien se libra de la carnicería insensata del 1 de julio de 1.916 pero la campaña del Somme la hace casi enterita. Llega el 6 de julio y estará metido en el fregado hasta que la enfermedad le haga ser evacuado en octubre. Tolkien estará empleado como oficial de transmisiones y estará en medio de algunos de los combates más espeluznantes alrededor del Reducto de Schwaben y del Saliente Leipzig. De vuelta a Inglaterra tiene la suerte de que no acaba de recuperarse del estado de debilidad que le ha dejado la fiebre de trinchera (bendita sea, mató a muchos pero a otros muchos salvó) y, a pesar de los requerimientos de su batallón, los comités médicos no se atreven a darle el alta. Tolkien se libra y no vuelve a Francia.

¿Qué tal sus amigos del TCBS?

El teniente Robert Gilson llegó a Francia en enero de 1.916. Las cartas que se enviaban a casa solían ser tranquilizadoras, aunque también dependía del destinatario. En cualquier caso, en una de sus cartas afirmaba sin ambages que “apenas puedo soportar el horror de esta guerra”. Robert Gilson salió de las trincheras el histórico 1 de julio de 1.916 en el Somme. Cuentan testigos que salió con un admirable dominio de sí mismo, que tomó el mando sin titubeo cuando el capitán comandante de la compañía fue despachado por los alemanes y cayó, según el cabo Hicks, cuando un obús les alcanzó a él y al sargento mayor de la compañía hacia las nueve de la mañana. No es descartable que muriera muy contento de que nadie se diera cuenta del miedo que tenía.

El teniente Geoffrey Smith escribía poesía antes de la guerra y la continuó escribiendo durante la guerra. Tolkien, al revés que la pandilla de los Owen, Sassoon y compañía, que escribían frenéticamente a pesar de las circunstancias (o precisamente escribían frenéticamente por las circunstancias), era incapaz de escribir en el frente. Tolkien recordaba un encuentro con Smith en el Somme en julio de 1.916, tal vez el único momento de felicidad en toda la campaña del Somme (no, no contamos como felicidad cuando el tiroteo termina y no te han alcanzado), en el que Smith y Tolkien hablaron de literatura, de poesía y del futuro. El 29 de noviembre Smith estaba inspeccionando los trabajos de reparación de una carretera. Las esquirlas de una explosión le hirieron en el muslo y brazo derechos. Smith fue hasta la tienda de primeros auxilios por su propio pie y escribió a su madre diciéndole que había sido herido pero sin importancia. Dos días después había desarrollado gangrena gaseosa. Murió el 3 de diciembre a los 22 años. Su hermano Roger Smith moriría un mes después en Mesopotamia.

Christopher Wiseman, el matemático del grupo, se había alistado en la Royal Navy porque alguien le había dicho que buscaban matemáticos en la Armada y sobrevivió a la batalla de Jutlandia. Wiseman y Tolkien siguieron siendo amigos, de hecho, el segundo hijo de Tolkien fue bautizado como Christopher en su honor. Según las fuentes, parece que la amistad con el tiempo palideció, que es lo que tantas veces ocurre con ella. Wiseman y Tolkien publicaron la poesía de su amigo Geoffrey Smith en 1.918.

¿Tenemos ya material para una película? ¿No? Sigamos.

Jane Moore.

En septiembre de 1.917, C. S. Lewis pasó tres semanas en casa de su amigo Edward Moore. Allí conoció a su madre Jane, viuda. Lewis tenía 18 años. Jane tenía 45 años. Hay tías de 40 años y hay tías de 40 años y parece que Jane Moore era del segundo grupo. Edward era huérfano de padre y Lewis era huérfano de madre. Además, el padre de Lewis era muy exigente tirando a pasota (iba a utilizar otro adjetivo).

Lewis cumplió su promesa y cuidó de Jane Moore hasta el final. Hay que decir que cuando Lewis fue trasladado a Inglaterra para convalecer por sus heridas, fue Jane Moore quien se molestó y cuidó de él. En cuanto a su padre, no estaba y, al final, ni se le esperaba.

En los años 30 Lewis, su hermano Warren, Jane Moore y su hija Maureen compraron una casa a las afueras de Oxford. Jane Moore vivió ahí hasta los años 40 en los que fue hospitalizada. Parece ser que en sus últimos años se fue apagando víctima de la demencia senil. Dicen que Lewis fue todos los días a visitarla, hasta que murió en 1.951.

La cuestión es, ¿hubo tema o no? Unos dicen que no. Lewis siempre hablaba en sus cartas de Jane como de “su madre” e incluso en sociedad la había presentado en alguna ocasión de esta guisa. Así mirado, casi que entraría dentro de la perversión que después hubiera afecto de tipo más horizontal. Pero la cuestión es demasiado morbosa como para dejarlo así. Una biografía de Lewis publicada en los años 90 por A. N. Wilson insistía en el tema de la relación amatoria de Lewis y Jane. Por su parte, George Sayer, que también fue biógrafo de Lewis, escribió:

“¿Fueron amantes? Owen Barfield, que conoció bien a Jack (como llamaban los amigos a C. S. Lewis) durante los años 20, dijo una vez que pensaba que la probabilidad era de “fifty-fifty”. Aunque ella era 26 años mayor que Jack, ella era todavía una mujer atractiva, y verdaderamente él estaba prendado de ella. Pero parece muy fuerte, si eran amantes, que el la llamara “madre”. Sabemos, además, que ellos no compartían el mismo dormitorio. Parece más probable que él estaba vinculado a ella por la promesa que había hecho a Paddy y que su promesa se había reforzado por que la había llegado a querer como a una segunda madre”.

Bah, demasiado poco morboso. George Sayer cambió de opinión en 1.997:

“He tenido que cambiar mi opinión sobre la relación de Lewis con la señora Moore. En el capítulo octavo de este libro escribí que no estaba seguro sobre si eran amantes. Ahora, tras conversaciones con la hija de la señora Moore, Maureen, y pensando en la manera en que los dormitorios en The Kilns estaban dispuestos, estoy bastante seguro de que lo fueron (amantes).”

Ahora que hemos introducido el tema de satisfacer esa fantasía de todo jovencito inexperto de ser iniciado por una sabia madurita de buen ver, ¿tenemos para película? ¿Todavía no? Sigamos.

Joy Davidman.

Ya he comentado que Lewis se había convertido al catolicismo. Eso en una persona normal no tiene que tener mayor importancia, pero cuando se trata de una persona de esas que se pasan el día escribiendo sobre todo (además de fantasías épicas) puede acabar teniendo repercusión más allá de uno mismo. Así, tenemos a Lewis teniendo cierta influencia en los círculos más proselitistas del catolicismo. Hacia 1.950 Lewis comienza a cartearse con una judía norteamericana recientemente convertida al catolicismo pero que tiene la cabeza admirablemente bien amueblada. En 1.952 hace la estadounidense hace un primer viaje a Inglaterra y todo se va juntando. Entre que ella es decididamente anglófila (al menos eso dice), que su marido se la pega con una prima suya y también le pega a la bebida, y que el haber pertenecido al Partido Comunista no es precisamente la mejor tarjeta de visita en aquellos años en los Estados Unidos, decide largarse a Inglaterra con sus dos hijos. Allí cuenta con la colaboración de Lewis, que la apoya incluso financieramente. Pero, ojo, que es sólo amistad. Lewis nunca había encontrado un cerebro dentro de un cuerpo femenino que se complementara tan bien con el suyo. Hay que reconocer que Lewis tenía que tener talento. No todos son capaces de convertir una conversión al catolicismo en una oportunidad para ligar, más cuando ya eres cincuenton. Obviamente, Lewis no lo veía (o no se atrevía a verlo) de esta manera tan frívola.

Joy Davidman. Imagen: Wikipedia.

En 1.956 el ministerio del Interior británico no concedió la renovación de la visa a Joy Davidman. Lewis no quería verse privado de su mejor amiga y ella no quería volver a los Estados Unidos. Así que decidieron concertar un matrimonio de conveniencia para que ella pudiera quedarse en Inglaterra. La ceremonia civil tuvo lugar en Oxford el día de San Jorge de 1.956. Se dieron un par de besos, se tomaron un par de pintas y se fueron cada uno a su casa.

En octubre de 1.956 Joy tropezó en su casa y se rompió la pierna. Seguramente fue al revés, primero se rompió la pierna y después se cayó. Joy tenía cáncer de huesos y de mama. Fue entonces, en el hospital, al saber la gravedad de la enfermedad (una sentencia de muerte, vaya), que Lewis cayó de la parra y se dio cuenta de que estaba enamorado de Joy.

Como ambos eran católicos se pusieron de acuerdo para casarse por la Iglesia. Pero la Iglesia no cooperaba demasiado porque Joy estaba divorciada. Al final consiguieron que un parroco amigo de Lewis los casara en la habitación donde Joy estaba hospitalizada el 21 de marzo de 1.957. La mayoría de los amigos de Lewis no aprobaban este matrimonio, lo cual demuestra que, en realidad, eran unos imbéciles prescindibles. El matrimonio de Lewis y Joy coincidió con una mejoría en la enfermedad de Joy y todavía tuvieron un par de años buenos. Tuvieron luna de miel en Gales y un viajecito a la Irlanda natal de Lewis. Desgraciadamente, una revisión en 1.959 concluyó que el cáncer había vuelto para quedarse. En abril de 1.960 aún viajaron a Grecia para cumplir un sueño de Joy de toda la vida pero quedó exhausta y a la vuelta su estado empeoró dramáticamente. Joy murió en Oxford el 13 de julio de 1.960.

Lewis se reunió con Joy tres años después. Su muerte no le importó, casi que literalmente, a nadie. No porque el mismo día muriera Aldous Huxley, sino porque el mismo día John Fitzgerald Kennedy era asesinado en Dallas.

¿Tenemos tema ahora para una peli?

Os aseguro que sí:

Imagen: cazandoestrellas

¿Lo veis? Os dije que había para una peli

domingo, 25 de diciembre de 2011

La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (4). Kurt Wittgenstein.

Viene de La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (3). Paul Wittgenstein.

Aunque Konrad, desde ahora Kurt, era mayor que Paul y Ludwig era más bajo y de naturaleza más débil. A juicio de su familia era bastante aniñado. Kurt sí hizo el servicio militar, un año, y consiguió ser inscrito como teniente en la reserva. Estudió para ingeniero en la Universidad Técnica de Hannover y se sacó el título en 1899. En 1906, financiado por su padre, fundó una fábrica de laminados junto a su socio Sebastian Danner en Judenburg, a las orillas del río Mur. Esta era la primera de su estilo en usar calderas eléctricas que generaban un calor más consistente y controlable que las alimentadas por carbón y que producían un metal líquido sin las impurezas que tenían las anteriores. Más de cien años después esta empresa, Stahl Judenburg, sigue en activo.
Nunca se casó. Parece ser que tuvo un par de noviazgos fracasados. Su felicidad consistía en tocar el piano, cazar, conducir coches rápidos y los niños. En su familia le consideraban un niño grande y nunca le tomaron en serio. Es curioso que su padre Karl, tan preocupado de tener un heredero para sus empresas, nunca le tuviera en cuenta a pesar de ser el que más cerca estuvo de seguir su línea de negocios.

Las cosas no le habían ido mal y el 9 de abril de 1914 llega a Nueva York a bordo del barco alemán Imperator. Su propósito era explorar las posibilidades de hacer negocios en la industria estadounidense y canadiense del acero. Durante su estancia combinó el placer con los negocios hasta que le pilló el estallido del conflicto mundial. Ese verano Kurt iba a regresar a Europa pero las autoridades norteamericanas se lo prohibieron. Kurt se presentó en el Consulado austríaco en Manhattan y lo pusieron a trabajar en el departamento de propaganda.

Su familia estaba más angustiada por el “deshonor” que suponía para Kurt no estar en el frente que aliviada por saberle seguro. En sus cartas Kurt siempre decía lo mucho que desearía poder estar aportando su granito de arena en el frente pero que no le dejaban partir. Era cierto, como oficial de la reserva se le suponía la intención de incorporarse al ejército y no se le permitía volver a Austria. Parece ser que tuvo una participación bastante activa en el consulado y no fue hasta que todos los diplomáticos austríacos fueron expulsados, en mayo de 1917, que Kurt pudo regresar.


Los Wittgenstein en 1917, Kurt es el primero por la izquierda y Paul el segundo por la izquierda. El primero por la derecha es Ludwig. Imagen: the reading room

En algún momento de la debacle austríaca en el frente italiano Kurt se pegó un tiro. Me sorprende que la familia esté tan convencida de ello porque, si bien nadie cuestionaba el hecho del suicidio, las historias que envuelven ese momento son dispares. Fue enterrado en algún lugar no identificado, como tantos otros. ¿Realmente alguien le vio dispararse en la cabeza? ¿No sería que podía más en el recuerdo de la familia el hecho de que dos hermanos antes que él se suicidaran? Y, ¿no es extraño que, además, estuvieran tan convencidos del suicidio de Hans -acaecido años atrás- cuando, en realidad, su cuerpo desapareció y tan posible es que hubiera tenido un accidente como un suicidio?

En unas memorias que Hermine, la hermana mayor de los Wittgenstein, escribió decía que Kurt se había disparado sin razón aparente. Pero distintas ramas de la familia daban razones diferentes a este suceso. Al parecer Paul le explicó a su amiga Marga Deneke en los años 20 que, en los días finales de la guerra, se le ordenó exponer a sus tropas bajo el bombardeo de los cañones italianos en una orden que suponía la segura aniquilación de sus hombres. Sabiendo lo inútil de la orden se negó a ejecutarla pero, después, temeroso del consejo de guerra se suicidó. Con todo el desbarajuste de la derrota no se investigó su muerte y quedó en el olvido.
Un sobrino de Kurt, Ji Stonboroug, sostenía que Kurt se suicidó inmediatamente después de la firma del armisticio para no soportar la humillación de la rendición.
Una tercera versión dada por una hija de Paul, Johanna, sigue la línea argumental de su padre pero con detalles más dramáticos. Kurt se habría enfrentado al oficial que pretendía el sacrificio de sus hombres pistola en mano y le amenazó. El otro oficial retrocedió pero amenazándole, al mismo tiempo, con el consejo de guerra. Cuando Kurt se dio cuenta de la que había liado se habría volado la cabeza.
Una cuarta versión dice que los que se negaron a avanzar fueron sus propios hombres, que se habían amotinado. Kurt tenía que elegir entre desertar con ellos, quedarse solo luchando o pegarse un tiro.

Fuentes consultadas en orden de mayor a menor importancia cuantitativa en la redacción de estos posts:

WAUGH, Alexander, The House of Wittgenstein. A Family at War, Bloomsbury Publishing, 2008, London.
NOLL, Justus, Ludwig Wittgenstein y David Pinsent, Muchnik Editores, 2001, Barcelona.
GILBERT, Martin, La Primera Guerra Mundial, La Esfera de los Libros, 2004, Madrid.

La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (3). Paul Wittgenstein.

Viene de La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (2). Ludwig Wittgenstein.

A diferencia de su hermano Ludwig, los motivos de Paul para entrar en la guerra eran más ideológicos y patrióticos que una oportunidad de poner a prueba la propia valía. Lo que sí compartía con Ludwig era el pesimismo respecto de las posibilidades de las armas austríacas. Paul, que era un monárquico convencido, se temía que el único futuro de los Habsburgo era perecer con honor. Como Paul sí que había hecho el servicio militar y era teniente en la reserva se incorporó a su antiguo regimiento: el sexto de Dragones.

El 23 de agosto de 1914 Paul Wittgenstein llevaba cuatro días destinado en la zona de Galitzia. Ese día Paul dirigió una patrulla de reconocimiento formada por seis hombres cuya misión era encontrar y tomar nota de la posición y número de las tropas rusas en el sector. Desde el final del bosque de Topola pudieron tomar cuenta de la reunión de tropas que se estaba formando en la planicie de Grabowiec. Según el discurso oficial Paul se portó con gran valor. Cayeron bajo el fuego de una patrulla rusa y Paul salvó a dos de sus compañeros heridos. A continuación lideró el contraataque que permitió salvar la situación. A partir de ese momento Paul no recordaba nada porque fue herido de bala en el codo del brazo derecho y el extremo dolor le hizo desvanecerse rápidamente. Tiene recuerdos inconexos de cuando le conducían al hospital militar y ya está. Respecto a su comportamiento heroico precedente Paul confesó a su madre que no había nada de eso: “Tú no lo creerás pero yo sé que no.” Da igual, Paul fue condecorado en 1916 por esa acción, pasara lo que pasara.

Cuando Paul se despertó de la operación tuvo dos buenos motivos para desesperarse. Los médicos le habían cortado el brazo y, encima, los rusos acababan de ocupar el hospital. Esto tuvo consecuencias sobre él ya antes de ser prisionero recién mutilado. La operación había sido hecha bajo la presión de la llegada de los rusos y fue bastante chapucera. Tiempo después Paul tendría que ser operado otra vez para que le arreglaran el muñón.

Si ser soldado ruso ya era duro mucho más lo era aún ser su prisionero. La Convención de La Haya que regía, a la sazón, las relaciones entre prisioneros y captores dictaminaba, por ejemplo, que los prisioneros debían poder mantener sus posesiones materiales. Sin embargo, se hacía difícil de cumplir cuando sus captores carecían prácticamente de todo. La corrupción de los rusos añadía más sufrimientos a los prisioneros austríacos. Paul pudo comprobar en su largo y penoso viaje en tren hacia el este que era inmune a las picaduras de pulgas y piojos. No les gustaba su sangre.


Un joven Paul Wittgenstein. Imagen: bach-cantatas.com

Hasta tres semanas después de ser capturado no pudo Paul escribir a casa. Y tres meses tardó, yendo siempre hacia el este, en llegar a Omsk, la capital de Siberia occidental. Una ciudad de unos 130.000 habitantes que acogía a unos 96.000 prisioneros de guerra. Paul pudo hacer valer sus privilegios como oficial. No tenía que hacer labores físicas y recibía 50 rublos al mes para poder comprar comida, jabón y otras cosas importantes. Bueno, la verdad es que pocas veces veía esos 50 rublos dada la corrupción de los rusos, pero seguía estando comparativamente bien tratado. Fue alojado en el hospital de Omsk, que carecía de casi todo pero que era más limpio, por ejemplo, que el hospital en Orel donde le habían alojado con enfermos de tifoideas y difteria.

Antes de llegar al hospital de Omsk Paul ya había decidido, con brazo o sin él, que continuaría su carrera como pianista. Tenía tres referentes a los que imitar. El primero su propio profesor y mentor, íntimamente unido a la familia Wittgenstein, el organista ciego Josef Labor. El segundo era el conde húngaro Géza Zichy, que había deslumbrado a Listz con su ejecución pianística utilizando sólo la mano izquierda. Con motivo de la guerra y del aumento de número de discapacitados escribió un libro de autoayuda en el que explicaba cómo desenvolverse en el mundo con la ayuda de una única mano. Uno de los ejemplares le fue enviado a Paul mientras estaba todavía cautivo. El tercer referente era el virtuoso lituano Leopold Godowsky que había arreglado obras de Chopin para tocarlas con la mano izquierda.


Josef Labor, mentor de Paul e íntimo de los Wittgenstein. Imagen: wikipedia

Paul cogió un cajón vacío y en él dibujo con carboncillo las teclas de un piano. Paul no conocía los arreglos de Godowsky pero sí de su existencia. Los estudios de Chopin sí que los conocía bien porque los había interpretado en un par de ocasiones antes de la guerra. A priori parecía imposible de ejecutar a una sola mano pero Godowsky lo había conseguido exitosamente, luego se podía hacer. Así que Paul se pasó hora tras hora golpeando aquel cajoncillo con los dedos de su mano izquierda mientras reconstruía en su cabeza como sonaba y como podría sonar.

Los golpecitos de Paul en el cajoncito llamaron la atención de un diplomático danés llamado Otto Wasted. Hay que recordar que Dinamarca fue un estado neutral durante este conflicto y tenía un consulado abierto en Omsk que aprovechaba para realizar tareas de supervisión en nombre de la Cruz Roja. Wasted se dirigió al gobernado militar pidiéndole que Wittgenstein fuera llevado, cuando se le diera de baja en el hospital, a un lugar equipado con piano. En realidad eso no era tan difícil. Omsk no estaba preparada para soportar esa avalancha de prisioneros y tenían que alojarlos muchas veces, mientras se construían los barracones pertinentes, en equipamientos ya existentes como bodegas, mataderos, burdeles e, incluso, hoteles.

Así que hacia febrero de 1915 Paul fue transferido a un hotel de Omsk donde pudo empezar a practicar al piano con su mano izquierda. Su objetivo era trabajar sobre todas las piezas que recordaba para que fueran “tocables” con su única mano. Para abril había progresado bastante y se veía animado para escribir a casa pidiendo que Josef Labor escribiera algo para que fuera interpretado con la mano izquierda. Labor comenzó a trabajar en ello y pensó en enviárselo a Siberia pero por distintas circunstancias Paul no conocería la obra hasta su regreso a casa.

Mientras tanto, fue interceptada por los rusos una carta de Wadsted en la que se quejaba del trato recibido por los austríacos en Omsk. El comandante ruso de los campos de prisioneros en Omsk, el general Alexei Plavsky, acusó a su vez a Wadsted de espionaje y presionó para que el consulado danés fuera cerrado y Wadsted repatriado. En la vorágine del caso un oficial austríaco que vivía en el mismo hotel que Paul fue detenido, juzgado y condenado a muerte por espionaje. Afortunadamente intervino la princesa alemana Cunigunde von Croy-Dülmen, quien ejercía de inspectora de la Cruz Roja, y que contrató a un abogado que pudo demostrar la conspiración contra el oficial austríaco. Aunque esta parte salió bien los oficiales alojados en el hotel donde Paul estaba residiendo fueron trasladados. El gobernador de Omsk, general Moritz, fue acusado, durante este escándalo, de conspirar para reservar a los oficiales germánicos los mejores sitios. Claro, con ese apellido, ¿qué se podía esperar? Las directrices, sin embargo, eran que los mejores sitios fueran reservados a los prisioneros eslavos con la esperanza de que se pasaran a su bando. En suma, Moritz se asusta y echa a los oficiales de origen germano a sitios peores. Paul no sólo perderá su piano sino que será arrojado a un sitio terriblemente peor que el precedente.

El Krepost, situado a las afueras de Omsk, ya había ganado fama universal a través de los recuerdos de Dostoyevsky, que había pasado ahí una larga temporada. No quedaba mucho de la estructura física que tenía cuando fue construido en el siglo XVIII pero mejor no estaba. Consistía en unas cuantas barracas sin calefacción de madera y ladrillos rodeadas por una valla alambrada de 21 pies de alto y con seis torres de vigilancia. Nürse Brändström, inspectora de la Cruz Roja, lo consideraba único incluso para lo habitual en Siberia. Otros observadores internacionales lo consideraban un deshonor para Rusia, un refugio para los piojos, un lugar sólo bueno para coger la tifoidea y otras enfermedades. El Krepost, teóricamente diseñado para 300 personas, albergaba 1000 prisioneros. Los encargados de la prisión no ahorraban sadismos. Por ejemplo, no es que Paul no pudiera tocar el piano ni ningún otro instrumento sino que estaba prohibido cantar o silbar. La comida la hacían los prisioneros pero no contenía la carne que supuestamente se les debía dar, vendidas por sus vigilantes rusos en el mercado negro, y consistía en huesos, pezuñas, cabezas y orejas hervidas. No tenían letrinas ni, ante sus ruegos, se les permitió hacerlas. Las necesidades se tenían que hacer en agujeros en el suelo por lo que los prisioneros que tenían una o las dos piernas amputadas debían ir acompañados de alguien.

Monumento a Dostoyevsky en Omsk. Imagen: wikipedia

Paul estaba perdiendo la esperanza. Paul sabía que había figurado en alguna de las listas de intercambio de prisioneros, en las que figuraban en primer lugar los enfermos y discapacitados porque se contaba con que estos nos volverían a empuñar las armas. Sin embargo, el tiempo pasaba y el intercambio no se producía. La familia de Paul empezó a preocuparse porque se dio cuenta de que el tono de sus cartas era cada vez más amargo y más crítico y esto le podía ocasionar serios disgustos con las autoridades rusas. Una carta que consiguió sortear la censura era muy atrevida: cifraba sus únicas esperanzas en una victoria austríaca y decía que de buena gana donaría un millón de coronas a la causa de las armas austríacas. Menos mal que no decía nada de la epidemia de tifus que se había desatado entre los prisioneros. La suerte de Paul es que era inmune porque, por lo visto, se contagiaba a través de los piojos.

Hasta el verano de 1915 no se produjo el primer intercambio de prisioneros y Paul no estaba entre los afortunados. Uno de los que sí consiguió volver desde Omsk a casa en aquella ocasión, el teniente Gürtler, aprovechó para visitar la gran casa de los Wittgenstein en Viena. Ahí les explicó por qué Paul no estaba entre los liberados. Leopoldine, la madre de Paul, había mandado grandes sumas de dinero a Paul. Este dinero no había llegado a Paul, se lo habían guardado sus vigilantes y estos, lógicamente, no tenían ninguna intención de perder estos ingresos. No está claro que hizo Leopoldine al respecto pero durante el otoño fue enviado a Moscú a ser examinado por una comisión médica. Esta reconoció su grado de incapacidad y también advirtió a Paul que, de ser devuelto a Austria y fuera nuevamente capturado vistiendo el uniforme austríaco sería inmediatamente pasado por las armas.

En noviembre de 1915 Paul estaba de nuevo en Viena. Lo primero que hizo fue a que le arreglaran el estropicio que le habían hecho al cortarle el brazo, operación que tenía su dificultad y que le tuvo dos semanas de dolorosísima convalecencia. Pasada esta, se reincorporó con desbordante energía a su nueva vida y empezó a organizar su anunciada donación de un millón de coronas. La otra cosa, más importante aún, que Paul inició con firmeza obsesiva fue los ensayos para el concierto que Labor había escrito para él. Tuvo la desgracia, sin embargo, de caerse en el baño sobre la mano que le quedaba y romperse un hueso de un dedo. Paul estuvo un mes entero sin poder practicar. No fue hasta el 11 de marzo de 1916, dos meses y medio después del resbalón, que Paul ejecutó esa obra en una audición privada en el Salón de música del palacio de los Wittgenstein en Viena. El 28 de octubre de 1916 Paul tocó otra pieza compuesta para él por Labor. En ambas ocasiones los asistentes quedaron encantados. En esta segunda interpretación asistió el empresario Hugo Knepler, que organizó un concierto público para el 12 de diciembre en Viena. Los carteles anunciadores no hacían referencia a la condición de concertista manco de Paul, pero sí explicaba que las obras seleccionadas estaban arregladas para ser tocadas a una sola mano.
Este concierto le abrió las puertas. Las autoridades vieron en él una fuente de inspiración y comenzó una serie de exitosos conciertos ante audiencias de soldados, inválidos y trabajadores en ciudades como Wroclaw, Kladno, Teplitz, Brno y Praga y en marzo de 1917 debutaba, con gran éxito también, en Berlín.
Sin embargo, Paul no está enteramente conforme con su apacible presente cuando el destino del Imperio está en juego. Hace mover sus influencias y consigue ser readmitido en el ejército en agosto de 1917, a pesar de la amenaza de que sería fusilado por los rusos si volviera a ser capturado. Al principio estuvo haciendo tareas administrativas menores en la pequeña ciudad de Hermagor, lo cual le puso de bastante mal humor. Pero a finales de septiembre de 1917 es destinado al Cuartel General del IV Ejército en Ucrania occidental. Aquí tuvo el deleite de comprobar que podía telegrafiar con una mano más rápidamente que sus compañeros. La máquina que utilizaban era una Hughes, que tenía un teclado similar al de un piano, con catorce teclas blancas y catorce teclas negras.


Telégrafo Hughes. Imagen: wikipedia

A finales de febrero de 1918 vuelve a Viena de permiso al disolverse el IV Ejército. Enviado al frente italiano como ayudante del general Anton Schiesser fue desmovilizado en agosto de 1918. Las razones son desconocidas. Paul siempre se mantuvo orgulloso de su actuación en el ejército, así que es muy probable que el motivo no fuera deshonroso sino alguna enfermedad, fácilmente la gripe española.

Continúa en La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (4). Kurt Wittgenstein.

La familia Wittgenstein en la Gran Guerra.(2) Ludwig Wittgenstein.

Viene de La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (1). Introducción.

El más pequeño de los hermanos Wittgenstein estaba de vacaciones en Hochreit, el refugio de los Wittgenstein en la montaña junto a Paul y sus hermanas, cuando se declaró la I Guerra Mundial. Se puede decir que le pillaba en plena crisis, pues sus vacaciones eran casi una huida de Cambridge. Ludwig daba por rotas sus relaciones con sus compañeros de Inglaterra. Tampoco es de extrañar. Como su hermano Paul, Ludwig tenía un carácter de mil diablos. No había quien le aguantara. Le soportaban porque, de vez en cuando, se dejaba ver en él el pedazo de genio que era. Cuando llegó a Cambridge se puso a perseguir a Bertrand Russell y lo abordaba en cualquier momento y en cualquier sitio para enfrentarle a dilemas filosóficos. Russell lo consideraba un pesado, por momentos un loco. Si no lo mandaba a la porra era porque podía ver, por debajo de la vorágine de sus excentricidades, la naturaleza genial de su inteligencia. Ludwig se lo planteó claramente a Russell al final del primer semestre: “Dígame usted si soy un idiota o no. Porque si soy inteligente me dedicaré a la filosofía, pero si soy un tonto me dedicaré a diseñar aviones”. “Bueno, Ludwig, escríbame algo estas vacaciones sobre algún tema de filosofía que me permita juzgar”. Así fue, Wittgenstein le pasó unos apuntes al cumplirse el plazo. Russell, tras leerlos, dictaminó: “No se dedique usted a los aviones”.


Ludwig Wittgenstein hacia 1910, antes de ir a Cambridge. Imagen: wikipedia

Wittgenstein no pasa desapercibido en Cambridge. Keynes y el historiador Lytton Strachey lo fichan para la Sociedad de Conversación de Cambridge, un club secreto de intelectuales de izquierdas y en su mayoría homosexuales que se hacían llamar los Apóstoles. Su entrada se hace para disgusto de Russell, que quería guardarse a Wittgenstein sólo para él -aunque hay que decir que Russell, sabedor en su vejez de este comentario, lo negó rotundamente. Sea entonces esta opinión solamente una malicia de Lytton Strachey.

En Cambridge conoce a David Pinsent y con él conoce Wittgenstein el significado de la verdadera amistad. Con David compartía, por ejemplo, el amor por la música -una de las características de todos los Wittgenstein- y será David quien le acompañe en sus escapadas a Islandia y Noruega.


David Pinsent, gran amigo de Ludwig Wittgenstein. Como piloto de pruebas moriría en un accidente de aviación en 1918. Imagen: mike in mono

Como he adelantado antes el comienzo de las hostilidades pilló a Wittgenstein en Austria. Inmediatamente se desplazó de Hochreit a Viena y su primer impulso fue intentar viajar a Noruega, pero las fronteras ya se habían cerrado. A diferencia de sus hermanos Paul y Kurt, Ludwig no había hecho el servicio militar. En Austria la mili era obligatoria pero resultaba tan cara para las arcas estatales que había cientos de estratagemas y posibilidades para librarse de ella. Al final, sólo uno de cada cinco austríacos llegaban a realizar el servicio militar. En teoría se tenían que chupar tres años pero la mayoría, por lo motivos mencionados, cumplían un período más corto. Si tuvo alguna vacilación le duró poco tiempo. Ludwig se alistó voluntario como soldado raso. Rechazó la posibilidad de ser oficial. No iban con él los privilegios, entre otras razones porque Ludwig fue uno de los que vio en la guerra una oportunidad para probarse, para comprobar por sí mismo donde estaban sus límites. La cosa fue rápido y para el 7 de agosto ya se le comunicaba destino.

Con todo, Ludwig no era optimista respecto de las posibilidades militares del viejo Imperio. No fue nunca con él la cantinela de que todo habría acabado para Navidad. Al contrario, escribía Ludwig por aquellos días del verano de 1914 que: “me parece irrebatible que no tenemos la más mínima posibilidad contra Inglaterra. Los ingleses -la mejor raza del mundo- no pueden perder. Nosotros, sin embargo, podemos perder y perderemos, si no este año el que viene. El pensamientode que nuestra raza va a ser derrotada me deprime horriblemente”.

Su primer destino es en la corbeta Goplana, que patrulla el río Weichsel. El día que se incorpora comienza a escribir sus diarios de guerra, de los que se conservan los relativos a los siguientes períodos: del 9 de agosto al 30 de octubre de 1914; del 30 de octubre de 1914 al 22 de junio de 1915 y del 28 de marzo al 19 de junio de 1916. En las hojas de la lado izquierdo confiesa sus esperanzas y sus debilidades. En las hojas del lado derecho trabaja en el Tractatus.


El Goplana. Imagen: wittgen-cam.ac.uk

El mes de agosto es de un calor terrible y sus compañeros no le soportan. Ludwig se siente hostigado y apartado, pero persevera en su deber: “No puedo seguir escribiendo. Ha sido espantoso. De una cosa no me queda la menor duda: no hay un solo tío decente en toda la tripulación. ¿Qué actitud he de tomar ante ellos en el futuro? ¿He de armarme simplemente de paciencia? ¿Y si no me da la gana? Entonces tendré que vivir en una lucha constante. ¿Qué es mejor? En el segundo caso, seguramente habré de sucumbir. En el primero, quizás no.”

En el Goplana Ludwig pela patatas, limpia letrinas, maneja un reflector, si le dejan escribe y trata de no perder los nervios. Un día hacen alto en la localidad de Tarnow, unos cuarenta quilómetros al este de Cracovia. Ludwig entra en una librería que, en realidad, no vende libros sino tarjetas postales. Sólo hay un libro disponible a la venta, en alemán. Una señal para Ludwig. Se trata de la Breve explicación del evangelio de León Tolstoi. En esta breve obra expone Tolstoi su visión del cristianismo, la cual se resumía en un acendrado ascetismo, en la renuncia de los placeres físicos para encontrar el espíritu de Jesucristo. Ludwig lee esta obra con fruición y la lleva consigo a todas partes. “Esta obra me mantuvo vivo” diría después. El valor del que hará gala en la guerra se fundamenta en este ascetismo, en este sufrimiento que Wittgenstein buscaba. Sus compañeros lo ven claro. ¿Quién, Ludwig? Ah, sí, el del evangelio.
Por otra parte, es interesante señalar las semejanzas de estructura entre el Tractatus y la obra de Tolstoi, lo cual da cuenta una vez más de la influencia que ejerció esta obra de carácter religioso sobre él.

El 5 de noviembre de 1914 llega Ludwig a Cracovia con la ilusión de encontrarse con el poeta Georg Trakl. Esta cita no tendrá lugar porque Trakl había muerto hacía tres días víctima, según el informe oficial, de una sobredosis de cocaína. Esta reunión que no llegó a producirse tiene unos interesantes antecedentes.


Georg Trakl. Imagen: wikipedia

En enero de 1913 murió el padre de Ludwig, Karl, y Ludwig heredó, por consiguiente, una fortuna bárbara. Ludwig decidió donar gran parte de su fortuna a artistas varios. Tampoco era algo tan raro, en la sociedad de la época esto de las donaciones era bastante habitual. Así que Ludwig se puso en contacto con Ludwig von Ficker, editor de la revista Der Brenner, para que repartiera cien mil coronas entre artistas austríacos carentes de recursos. Esta cantidad suponía, en realidad, un tercio de las rentas anuales de Ludwig. Ficker lo reparte entre diecisiete artistas, casi todos colaboradores de su revista. Entre ellos figuran los nombres de Rainer Maria Rilke, Oskar Kokoschka, Adolf Loos, Theodor Haecker y Georg Trakl. La donación se hace de forma anónima. Ficker hace llegar las cartas de agradecimiento a Ludwig como comprobante de que la donación se ha hecho efectiva. Estas notas de agradecimiento le dejan un sabor desagradable a Wittgenstein por su tono antipático, excepto la carta de Rilke.
A Kokoschka, por ejemplo, le vendrá muy bien este dinero: “Ahora puedo trabajar, y no desperdicio mis fuerzas en la lucha por la existencia.” El único que ya por aquel entonces supo quién era su anónimo mecenas fue Georg Trakl. Se hubiera llevado bien con Wittgenstein porque también era rarito. Cuando iba hacia el banco a cobrar el cheque le dio un ataque de pánico y salió corriendo. Al menos, ese dinero sí que será disfrutado por su hermana Grete, que era epiléptica y a la que Georg quería sobre todas las cosas. Georg Trakl es otro de los que ven la guerra como una liberación personal. Marcha al frente como sanitario, lo cual es un peligro porque Trakl le pega a cualquier cosa que lleve alcohol o droga. Tal vez Trakl albergara en su interior la simiente de la locura, pero los hechos le invitan a despeñarse por el abismo de la insania. Durante un período Trakl quedará en solitario al cargo de noventa heridos austríacos. La experiencia le supera. Unos días después, durante la cena, se levanta pistola en mano y sus compañeros tienen que reducirlo. Parece que la cosa queda ahí pero, dos semanas después, es llevado a un hospital militar de Cracovia. Trakl pensaba que iba de enfermero y resulta que lo ponen en observación psiquiátrica. Trakl está angustiado, además, porque teme que el incidente de la pistola le lleve ante el pelotón de fusilamiento. Delito: desaliento, falta de ánimo ante el enemigo. En el hospital Trakl se escribe con Wittgenstein y le ruega que le visite. Como sabemos, eso no sucederá.

En agosto Ludwig había vivido una escaramuza. Lo despertaron a la una de la madrugada y tuvo que salir corriendo casi en pelota para hacerse cargo del reflector. “Pensé que moriría” escribió después pero la situación no fue para tanto. Más un susto que otra cosa. Sin embargo, el 13 de septiembre les pilló una ofensiva rusa y tuvieron que salir pitando dejando atrás su barquito. En su diario Wittgenstein recuerda aquellas treinta horas largas pero horribles sin dormir.

Pasa el tiempo. En julio de 1915 nos encontramos a Ludwig trabajando en un armería en Cracovia. Un accidente, una explosión, y Ludwig queda herido más en su amor propio que otra cosa. Eso sí, en estado de shock, lo cual hace que le den un permiso de tres semanas. En el tiempo anterior Ludwig no había dejado de sorprender a sus superiores. Estos pensaban que aprovecharía sus influencias y/o su fortuna para conseguir los puestos menos peligrosos y él se empeñaba en pedir los destinos más arriesgados.

Desde marzo de 1916 le dan el gusto y Ludwig tiene la ocasión de probarse a sí mismo como observador de la artillería. El 5 de junio de 1916 Ludwig pasa el examen. “Sin hacer caso del intenso fuego de artillería que caía sobre la casamata ni de las bombas de mortero que estallaban, observó los disparos de los morteros y los localizó. De hecho, la batería consiguió destruir dos morteros de grueso calibre con impactos directos, según confirmaron los prisioneros que se tomaron.” Esto le valió la Medalla de Plata al Valor de Segunda Clase, una distinción inédita para un simple soldado de primera clase. Tras estos encarnizados combates, Ludwig es ascendido a cabo y enviado a la escuela de oficiales de Olmütz el 1 de septiembre de 1916. Hacía tiempo que Ludwig podría haber sido oficial si hubiera querido. Su hermana Hermine sospechaba que era por su manía ascética que Ludwig rechazaba cualquier cosa que oliera a privilegio. Por su parte, su hermano Paul se lo dejó clarito en una carta: “Si no hubiera sido por mis privilegios como oficial no habría sobrevivido a mi cautiverio en Rusia.” Finalmente será ascendido a teniente en febrero de 1918.

En julio de 1917 Ludwig obtuvo la medalla de plata al valor por su trabajo como observador de artillería, dirigiendo los cañones austríacos bajo un intenso bombardeo de los rusos y causando gran cantidad de bajas entre ellos en momentos decisivos.

Ludwig pide una y otra vez, y obtiene, los destinos más peligrosos. Da igual, sus compañeros no le admiran, le detestan. “Vivo rodeado de gente que me odia”.

Ludwig no sabe que el millón de coronas que ha donado con el objeto de diseñar y construir un gigantesco mortero se ha escurrido por el sumidero de la burocracia. Seguramente la cosa hubiera ido mejor si lo hubiera intentado diseñar él. Mueve los hilos para ser trasladado de artillería a infantería. Alguien le ha dicho que la infantería es mucho más peligrosa y, como Ludwig escribe, espera que la muerte le traiga luz a su vida. Teniendo en cuenta que coquetea con la idea del suicidio desde que tiene diez años no extraña tanto esa afición a hacerse matar. Sin suerte. A infantería no pero al frente italiano sí que es trasladado en la primavera de 1918, aprovechando que los rusos se han retirado de la guerra.

El 15 de junio de 1918 Ludwig tiene acción a saco. La mención oficial dice: “Su comportamiento, de un valor excepcional, su calma, sangre fría y heroísmo despertaron toda la admiración de las tropas. Con su conducta ha dado un ejemplo espléndido de cumplimiento leal y marcial del deber.” Admiración y ejemplo puede ser, pero yo creo que seguían pensando que era un rarito. Entramos en detalles de aquel ajetreado día. Tras un duelo entre la artillería y ametralladoras de ambos bandos sale de patrulla para informar. Dos de los hombres que van con él caen heridos pero Ludwig carga con ellos y se los trae de vuelta a sus líneas. Más tarde, cuando está en su emplazamiento de artillería, un bombazo se carga al oficial y a tres servidores. Ludwig se hace cargo y dirige el fuego de los cañones provocando una gran mortandad en el enemigo. Los pobres desgraciados que tenía delante ese día eran ingleses. En realidad por esta acción había sido recomendado para la medalla de oro al valor pero no se la dieron porque un coronel alegó que su actuación no había tenido valor significativo sobre el enemigo. Es decir, habían perdido la batalla igualmente.

Al finalizar la contienda Ludwig es hecho prisionero como tantos otros austríacos. Su cautiverio es largo y penoso. Muchos austríacos perecieron por las malas condiciones en que vivían. Además, los italianos no se daban prisa por repatriarlos. Los prisioneros austríacos eran una interesante baza a la hora de negociar tratados de paz. Pese a todo ello, Ludwig rechazaba los privilegios inherentes a su condición de oficial. En otra ocasión, estuvo a punto de ser precozmente liberado. Ya que su madre había perdido tres hijos y tenía otro tullido, se propuso su liberación por motivos humanitarios. Ludwig rechazó firmemente tal posibilidad. A él le daba igual. Estaba reorganizando sus reflexiones filosóficas y dio forma definitiva a su Tractatus. Incluso consiguió sacarlo, a través de contactos, fuera del campo de prisioneros.

Hasta agosto de 1919 Ludwig no es liberado y llega a Viena. Lo primero que hace es renunciar a toda su fortuna y repartirla entre tres de sus hermanos: Paul, Hermine y Helene. Su abogado se queda con la boca abierta: “¡Así que quiere usted suicidarse financieramente!” El tío Paul también se coge un enfado de mil demonios, pero con sus hermanos. Está indignado de que acepten el dinero de Ludwig el cual, evidentemente, vuelve trastornado de la guerra. En sus cartas Ludwig admite que no se encuentra mentalmente muy bien.
En los años siguientes trabajará como maestro de escuela. En esos años apenas se quitará el uniforme. Sospecho que no era tanto por orgullo marcial sino como una forma ascética de no preocuparse de comprar ropa nueva. Sus alumnos más brillantes le recordarán con cariño. La inmensa mayoría le recordarán como el chiflado que se empeñaba en enseñar matemáticas avanzadas a niños de primaria. Además, de vez en cuando perdía la paciencia y soltaba unos guantazos a los niños en los que no se reprimía. Uno de estos castañazos tuvo consecuencias más serias y le costó un juicio que, parece ser, fue tapándose por la lentitud de la justicia y la influencia de la familia. En todo caso, le vino bien ser reclamado para volver a Cambridge.


Portada de la primera edición del Tractatus en inglés prologada por Bertrand Russell. Imagen: wikipedia

En 1922 su Tractatus logico-philosophicus había sido publicado. La edición en inglés prologada por Bertrand Russell. Tiene gran interés ver como es recibida por sus compañeros filósofos. Ludwig trata de explicar su obra a Paul Engelmann pero este ha de reconocer que está fuera del alcance de su entendimiento. El filósofo George Moore reconoce que más o menos la entiende cuando está trabajando en ella con Wittgenstein a su lado explicándosela, pero que cuando este se va no es capaz de seguir solo, que no la entiende. Moore reconoce que es la fuerza de Wittgenstein lo que le hace concluir que debe de tener razón y no la literalidad de su libro. El lógico alemán Gottlob Frege, que ya había recibido una copia en el verano de 1919, admitió que no había podido pasar de la primera página. Ludwig se quejaba de que Bertrand Russell no había entendido ni una palabra de su libro y este reconocía que, por lo menos, había varios puntos fundamentales de su obra a los que no acababa de coger el tranquillo. El filósofo y matemático Frank Ramsey viajó desde Cambridge hasta Puchberg para trabajar con Wittgenstein en la comprensión del Tractatus. Tras sesiones de cuatro a cinco horas diarias consiguieron avanzar, tras dos días, la friolera de siete páginas. Ramsey recuerda que a veces Wittgenstein no era capaz de explicar lo que acababa de escribir hacía cinco minutos. Ramsey regresó a Cambridge agotado pero proselitista convencido del Tractatus. Todos ellos caían bajo el influjo de la personalidad de Wittgenstein, de su magnetismo y su fuerza persuasiva. La exégesis del Tractatus provocó la publicación de cientos de libros, cada uno diferente del anterior.
Y, claro, es sólo desde la ignorancia que alguien, en un momento dado, pueda llegar a decir, ¿y qué pasa si al final no había nada? Eso es exactamente lo que pensaban en su familia, que no entendían como gente tan supuestamente inteligente había podido caer embaucada por la charlatanería de Ludwig al cual, al fin y al cabo, no había quien lo aguantara.

Continúa en La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (3). Paul Wittgenstein.

La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (1). Introducción.

Ludwig Wittgenstein pasa por ser uno de los filósofos más importantes del siglo XX. Las cosas como son: hablo por delegación. Me encanta la filosofía cuando la explican de tal manera que la pueda entender, pero si me enfrento a los libros de filosofía tal cual no entiendo nada de nada. Pero, en fin, ahí queda, que el tío era un genio.

Abramos boca. Wittgenstein pertenecía a una familia de multimillonarios austríacos del acero. Comenzó estudios de ingeniería aeronáutica. Suena sofisticado, ¿verdad? Moderno sí que era, la aviación no tenía todavía ni diez años de historia.

Cursando estos estudios se aficionó a la filosofía y decidió que tenía que ir a estudiar a Cambridge. El dinero no era problema. Ahí se encuentra con Bertrand Russell -otro pedazo de personaje absolutamente apasionante que ya por entonces gozaba de grandísima reputación- y con él traba gran amistad. También con otros figuras de Cambridge: algunos entonces en la cumbre de su fama y hoy bastante desconocidos, como George Moore; y otros que, al revés, representaban la variante restante, es decir, entonces desconocidos pero después celebérrimos, como Keynes. Wittgenstein entrará junto a estos y otros en el selecto club de los Apóstoles, donde sólo se podía entrar por invitación tras ganarse su respeto intelectual.

La guerra le pilla de vacaciones en Austria y se alista como soldado raso. No adelantaré acontecimientos. Sólo diré que cuando regresa a casa lo hace cargado de condecoraciones: medalla de plata al valor, segunda clase (19/10/1916); medalla de bronce al valor (19/10/1916); cruz Karl al conjunto de la tropa (28/1/1917); medalla de plata al valor, primera clase (25/8/1917); medalla al mérito militar, con condecoración (12/7/1918). Entre combate y combate encuentra tiempo para escribir el Tractatus Logico-Philosophicus, obra que acabará de completar una vez terminada la guerra mientras estaba cautivo de los italianos.

El Tractatus le deja aparentemente satisfecho. Abandona la filosofía porque considera que ha abordado y resuelto los principales problemas filosóficos. No necesita abuela. Se retira a trabajar unos años como maestro de escuela hasta que es requerido para que vuelva a Cambridge como profesor. En Cambridge es tratado como una celebridad, mejor dicho, como un guía espiritual. Muchos estudiantes le siguen y veneran incluso sin entender su obra.


Ludwig Wittgenstein hacia 1947. Imagen: wikipedia


Durante la II Guerra Mundial trabaja como camillero en un hospital de Londres. Tras la guerra vuelve a trabajar seriamente en la filosofía porque considera que su obra anterior y, a priori, definitiva es muy mala. Estos pensamientos sólo verán la luz públicamente de forma póstuma, pues el cáncer acaba con su vida en 1951.

Sin embargo, Ludwig no fue, en vida, el más famoso de los hermanos Wittgenstein.

Paul Wittgenstein era pianista y había debutado en 1913 como concertista. Al estallar las hostilidades se incorpora como oficial de la reserva a su regimiento. Las heridas de guerra le hacen perder el brazo derecho. Pese a ello, Paul Wittgenstein no se arredra. Dedica horas y horas practicando con su mano izquierda y perfeccionando la técnica con los pedales. Arregla obras para piano para poder tocarlas únicamente con la mano izquierda y encarga a otros célebres compositores que le escriban obras para tocar él mismo. Conseguirá su objetivo. El resto de su vida vivirá del piano y como pianista.

Un tercer hermano, Kurt, era oficial en el frente italiano. En los días del desmoronamiento final se descerrajó un tiro en la cabeza.

Si esto os parece medianamente interesante, esperad a conocer los detalles.

Continúa en La familia Wittgenstein en la Gran Guerra (2). Ludwig Wittgenstein.

lunes, 7 de marzo de 2011

Louis Strange. Tu mano derecha me sostendrá.

Viene de Louis Strange. Si tomare las alas del alba.

En agosto de 1915, tras un año de servicio ininterrumpido en Francia, Strange es destinado de vuelta a las islas Británicas. Llegado a territorio insular, aprovecha para casarse y recibe el ascenso a Mayor. Uno de sus primeros encargos será la formación del 23º Escuadrón del RFC en Gosport, Hampshire, pero un ataque de apendicitis le obligará a abandonar el mando de esta unidad. Tras recuperarse recibirá el encargo de organizar la creación de la Escuela de tiro aéreo número 1 en Kent. Después será ascendido a teniente coronel y creará otro centro de adiestramiento en tiro aéreo en Turnberry. En abril de 1917 es destinado a la Escuela Central de Vuelo y se dedica a probar los aviones que salen de fábrica.

En junio de 1918 vuelve a Francia comandando la 80ª Ala Aérea de la recién creada RAF. Los escuadrones bajo su mando destruyen, entre el 1 de julio y el 11 de noviembre, un total de 449 aviones y 23 globos aerostáticos alemanes. A nivel personal Strange también la lía. El 30 de octubre de 1918 acompaña con su avión una incursión aérea. Observa desde lo alto el bombardeo de los aparatos a sus órdenes y, cuando estos terminan, Strange descarga su equipaje de bombas sobre unos hangares alemanes que habían quedado intactos tras la pasada anterior. Por si era poco se puso a ametrallar a tropas y unidades de transportes que pululaban por los alrededores. Cuando levanta el morro y se dispone a alejarse ve a un grupo de ocho Fokkers por encima de su cabeza. Se lanza sobre ellos y consigue derribar uno. Los otros siete se enzarzan con él pero Strange consigue mantenerse vivo hasta que los aviones de la RAF vienen a rescatarle en plan 7º de caballería. Por esta liberación de adrenalina Strange obtendría la Orden de Servicios Distinguidos.

Pizarra que lleva el recuento de las victorias del Ala 80 de la RAF. Imagen: Wikipedia.

La guerra termina no sin antes llevarse por delante a un hermano de Strange, Gilbert, que también era piloto. Strange continúa durante un tiempo en la RAF pero, renqueante de salud, consigue finalmente la baja y una pequeña pensión y se irá a vivir de la tierra durante un tiempo. A finales de los años 20 la vida bucólica de la Inglaterra rural le ha devuelto la energía y las ganas de juerga. Strange se encuentra en disposición de ser fichado en 1929 por la empresa fabricante de aviones Spartan y en los años 30 participará en competiciones aéreas volando estos aviones, confraternizando en estas actividades con sus antiguos adversarios. Cuando la empresa Spartan desaparezca en 1935 Strange continuará en estos entretenimientos con otras compañías. Y entonces llegará la invasión de Polonia.

El señor Strange está más cerca de los 50 que de los 40 así que es desestimado para pilotar aviones en primera línea. Sin embargo, es admitido por la RAF para formar parte del 24º Escuadrón, una unidad de transporte y comunicaciones. En principio, el 24º Escuadrón debía de cuidarse del correo y mensajería con Inglaterra pero el fulgurante avance alemán obliga al 24º a emplearse en tareas de evacuación.

El 21 de mayo de 1940 fue uno de esos días agitadillos en la vida de Strange. Despegó de Hendon en un Douglas DC-3 pero en Croydon lo tuvo que cambiar por un De Havilland Dragon al fallar uno de sus motores. Con este avión llegó al aeródromo de la RAF en Merville, con la misión de salvar todo aquello que fuera salvable. No era mucho. Cogiendo recambios de aquí y allá se consiguieron arreglar dos Hurricanes que fueron devueltos a Inglaterra por dos pilotos que habían sido derribados con anterioridad y no tenían avión. Sólo quedaba otro avión en condiciones de volar y un piloto a mano: Strange. Así que tuvo que subirse en un Hurricane al que le faltaba gran parte del instrumental de control y que iba desarmado. Fantástico, además era la primera vez que se subía a este tipo de avión.

Al poco de despegar fue cordialmente saludado por fuego antiaéreo que le obligó a subir a una altura de 8.000 pies. A esa altura fue atacado por un grupo de Messerschmitts que se había propuesto terminar con sus aventuras. Strange hubo de picar con su avión y bajar a ras de suelo. La persecución continuó hasta llegar a la altura de la costa, donde la artillería antiaérea de la Royal Navy puso en fuga a los Messerschmitts que todavía le acosaban. Por esta nueva descarga de adrenalina y haber salido vivo de esta también, Strange ganó una barra para su Orden de Servicios Distinguidos.

El resto de la guerra se lo pasó creando y organizando los métodos de aprendizaje de los futuros paracaidistas británicos. Trabajó después adaptando los barcos mercantes para que pudieran llevar un Hurricat que se enfrentara a los Focke-Wulf Condors y, finalmente, pasó a Francia en junio de 1944 con distintas responsabilidades. Poca cosa.

Murió plácidamente en su cama a los 75 años. Dicen que para su epitafio escogió dos versos del salmo 139:
"Si tomare las alas del alba
tu mano derecha me sostendrá".

Para escribir estos dos posts sobre la vida de Louis Strange he utilizado esta página que es, si os fijáis, la fuente principal de la edición en inglés de la Wikipedia. La versión del vuelo del 10 de mayo de 1915 en la imprescindible web the aerodrome es muy reveladora. Sin embargo, para la narración de ese suceso he preferido seguir el relato de Alan Clark en su libro Aces High. El epitafio lo encontré aquí.
Para quien quiera aún más el propio Strange publicó sus memorias bajo el título de Recollections of an airman. Como esta narración fue publicada en el período de entreguerras más completo tiene que resultar Flying Rebel: the story of Louis Strange, de Peter Hearn.

martes, 1 de marzo de 2011

Louis Strange. Si tomara las alas del alba.

Louis Strange (1891-1966) era uno de esos jóvenes de principios del siglo XX extasiados ante la oportunidad de volar y que no pensaba desperdiciar la más mínima oportunidad que se le presentara. Nacido en una familia de granjeros de Dorset decidió, la primera vez que vio volar un avión, que él también lo haría. Y un año después, para agosto de 1913, Strange había obtenido su licencia de vuelo. A continuación presentó su solicitud de ingreso en el Royal Flying Corps y comenzó a participar en competiciones aéreas obteniendo brillantes resultados. De hecho, en abril de 1914 apareció en la portada de la revista Flight, cuando se incorporó al selecto club de pilotos capaces de realizar un loop con su avión.

En agosto de 1914 se desatan las hostilidades en Europa y a mediados de agosto todos los aviones que el RFC tiene en condiciones de volar cruzan el canal de la Mancha en una travesía que suponía, por el número de aviones implicados, un hito en sí misma. El último de los pilotos en incorporarse a su escuadrón es nuestro amigo Strange. Comienza para él una época de frenética actividad.

En su primera semana en Francia ya se las ingenió para armar un dispositivo que permitía al observador de su Farman disparar con una ametralladora Lewis. El 22 de agosto se observó a seis aparatos alemanes sobrevolando la base aérea de Maubage a una altura de 5.000 pies y Strange vio la oportunidad de probar el dispositivo. Con toda la prisa que pudieron Strange y su compañero, el teniente L. Penn-Gaskell, quien haría las veces de ametrallador, se subieron al Farman y despegaron. Sin embargo, no llegó a producirse ningún combate porque el avión británico no fue capaz de superar los 3.500 pies de altitud.

La semana siguiente fue movidita. Al ejército británico le tocaba replegarse y Strange y sus compañeros tuvieron que cambiar varias veces de base. Entre cambio y cambio, continuaban con sus misiones de reconocimiento y practicaban la caída libre de bombas sobre las líneas alemanas. Estas operaciones rudimentarias de bombardeo no debían de dejar muy satisfecho a Strange, así que diseñó y fabricó él mismo unas bombas de gasolina que arrojó sobre un convoy alemán en St. Quentin el 28 de agosto, acción que le dejó bastante contento.

En octubre desarrolla un sistema de correas que permite al observador de un Avro 504 incorporarse con seguridad y disparar con su ametralladora por encima del avión y hacia atrás. Mejorará aún más el sistema mediante la colocación de una barra que permitía al observador disparar sentado hacia atrás por encima de la cabeza del piloto. Fue con este sistema que Strange reclamó la victoria sobre un Aviatik alemán el 22 de noviembre de 1914.

A principios de 1915 es ascendido a Capitán y es destinado al sexto escuadrón del RFC. Por esta época prepara un BE-2c para que pueda llevar cuatro bombas de 20 libras montadas en las alas. Con este invento Strange bombardeó en marzo de 1915 la estación de ferrocarriles de Courtrai provocando 75 bajas en los alemanes y el cierre de la instalación por tres días. Strange fue condecorado por esta acción con la Cruz Militar.

En el sexto escuadrón coincide con el legendario Lanoe Hawker, quien además de abatir a varios aviones alemanes desarrolló varias mejoras para los aviones del RFC. Ambos se hicieron íntimos amigos y Hawker fue el padrino en la boda de Strange. En combate también habían sido íntimos. Strange hizo de señuelo para alguna de las victorias de Hawker.

louis strange

Louis Strange. Imagen: stedwards.oxon.sch.uk.

Uno de los aspectos en que más trabajaron ambos ingenios fue en las posibilidades de montar las ametralladoras en los aviones. En una de estas pruebas Strange montó una ametralladora Lewis sobre el ala superior de un Martynside S1, uno de los primeros monoplazas recibidos por el sexto escuadrón. El 10 de mayo de 1915 Strange despegó con el Martynside en dirección Este consciente de que pilotaba un avión inestable y complicado pero encantado de tener su ametralladora montada sobre el ala superior y que le permitiría disparar utilizando el mismo avión para apuntar. Se había internado bastante en territorio alemán cuando vio a un Aviatik volando por encima de él hacia el Norte. Strange se quiso acercar pero al Martynside le costaba subir. Cuando el observador del Aviatik se dio cuenta de la presencia del monoplaza de Strange también empezó a subir y el Martynside estaba alcanzado su límite de altitud. Strange movió el mando de su avión hacia atrás levantando así el morro y, de esta manera, disparó una larga ráfaga con la ametralladora hasta que agotó el cargador. Ni un impacto: el Aviatik se escapaba como si nada.
En ese momento Strange se empezó a preocupar. Se había internado profundamente en cielo alemán y estaba con el cargador vacío. Puso el avión en dirección a las líneas británicas y trató de abrir el cierre del cargador para cambiarlo. Sin embargo, el cargador estaba atascado y, con la presión del aire añadida, a Strange le costaba manipularlo con sus guantes de vuelo. Strange acabó quitándose los guantes y se incorporó del asiento aguantando el mando del avión con las piernas y tirando del cargador con ambas manos. Entonces sucedió lo menos deseable.
El avión hizo un extraño. El extraño hizo perder el equilibrio a Strange quien, en esa pérdida, hizo un movimiento brusco al mando del avión con el dramático resultado de que el avión se invirtió. Tenemos, pues, a Strange colgado en el aire de un avión a unos 9.000 pies de altura en posición invertida y agarrado únicamente al cargador de su ametralladora, cargador que en cualquier momento podría soltarse y que, por otra parte, era por lo que había estado perseverando durante bastante rato. Con las fuerzas que da la desesperación y animado por la adrenalina que corría a chorro por todo su cuerpo Strange comenzó a patalear hasta que, tras varios intentos, consiguió introducir las piernas nuevamente en la carlinga. Entre la falta de control del aparato y los meneos que Strange le había metido para introducirse de nuevo en el habitáculo del piloto el avión había entrado en barrena. En aquel estadio del pilotaje, 12 años desde el vuelo inaugural de los hermanos Wright, una entrada en barrena era estar virtualmente muerto. Además, Strange tuvo que dedicarse a sacar restos rotos de la carlinga del avión que él mismo había provocado con sus pataditas y que no le dejaban manejar los mandos y recobrar el control del aparato. Hubo, desde luego, sangre fría y mucha pericia pero fue, al fin y un cabo, un milagro que Strange consiguiera finalmente recobrar el dominio del avión y regresar a su aeródromo.


Este es, según la web earlyearoplanes.com, el avioncito que le dio el disgusto a Strange. El Martynside S-1 era un avión muy inestable y no tenía ninguna de las virtudes requeridas en un avión de combate. Al final sólo se repartieron unos sesenta a las escuadrillas del RFC. La imagen la vi a través de La aldea irreductible, blog que ya se había hecho eco en castellano de la aventura de Strange.

Cuando llegó no estaba de muy buen humor y, sin decir nada, se fue hacia su cama donde se quedó dormido como un tronco durante doce horas seguidas. El hecho es que su historia llegó a oídos de sus compañeros a través de los alemanes que no encontraban, pese a su búsqueda, los restos del avión que, obviamente, se tenía que haber estrellado. Parece ser que los alemanes arrojaron una corona de flores con una nota explicando la historia -hasta que el avión se invierte y Strange sale despedido del habitáculo del piloto- sobre su base. Tal vez fuera porque todavía no conocía la historia que el superior de Strange -que debía de ser el Mayor Gordon Shepherd- le pegara la bronca por haber provocado "daños innecesarios" en el interior del avión.



Continúa en Louis Strange. Tu mano derecha me sostendrá.