lunes, 21 de febrero de 2011

Elegía en un cementerio.

Bien, ya hemos hablado de la obra Las tumbas del mañana de la escritora británica Anne Perry. El original en inglés lleva por título No graves as yet. Esta frase la toma la autora de un verso de Gilbert K. Chesterton. De hecho, la estrofa en la que aparece el verso en cuestión encabeza la novela. La traducción literal sería algo así como "sin tumbas todavía", pero el traductor va un poco más allá y aprovecha para dar, en su interpretación del verso, un sentido a toda la novela. Una historia que está ambientada en el mes de julio de 1914 y donde gran parte de sus personajes son jóvenes y vigorosos estudiantes es una historia donde sus personajes están más cerca de morir próximamente que de estar vivos a cinco años vista.

El poema en cuestión se titula "Elegy in a Country Churchyard" y es el segundo poema del volumen titulado The Ballad of St. Barbara and other verses, publicado el año 1922.

Elegy in a Country Churchyard.

The men that worked for England
They have their graves at home:
And bees and birds of England
About the cross can roam.

But they that fought for England,
Following a falling star,
Alas, alas for England
They have their graves afar.

And they that rule in England,
In stately conclave met,
Alas, alas for England,
They have no graves as yet.

Traduzco:

Elegía en un cementerio.

Los hombres que trabajaron por Inglaterra
tienen sus tumbas en su hogar:
y las abejas y los pájaros de Inglaterra
sobre la cruz pueden juguetear.

Pero aquellos que lucharon por Inglaterra
siguiendo una estrella fugaz,
pobre, pobre Inglaterra
aquellos tienen su tumba lejos.

Y aquellos que gobiernan en Inglaterra,
en majestuoso cónclave reunidos,
pobre, pobre Inglaterra,
aquellos no tienen tumba todavía.


El significado del poema se ve rápidamente. Hay una contraposición entre la clase de los poderosos y de los humildes y con una mención especial a aquellos que fueron a combatir a Europa y cuyos restos ni siquiera pueden descansar en suelo inglés. Ahora bien, este poema adquiere mayor sentido si sabemos que fue escrito con motivo de la muerte del hermano de Chesterton, Cecil Chesterton, en Francia.

Cecil Chesterton (1879-1918) fue, al igual que su hermano mayor, periodista. Fue editor entre 1912 y 1916 del New Witness. Poco antes de partir para Francia con el Regimiento de Infantería Ligera Highland se casó con la también periodista Ada Jones, quien se quedó a cargo de la publicación en la que, además, colaboraba habitualmente el mayor de los Chesterton. Fue herido tres veces en las trincheras y a pesar de que ya se encontraba muy enfermo no aceptó ser evacuado del frente hasta que el armisticio fue efectivo. Murió de pulmonía en un hospital militar de Francia en diciembre de 1918. Como mínimo tuvo el consuelo de ser visitado por su adorada Ada Jones antes de morir, reunión que pudo ser realidad gracias a gestiones diplomáticas de alto nivel.

Muchos de los poemas de la balada de Santa Bárbara fueron publicados durante y tras la guerra en el New Witness. El poema que da título a la compilación está ambientado, curiosamente, en la batalla del Marne.
De todos modos, es revelador observar la complejidad de las personas cuando las observamos en su conjunto: el Chesterton dolorido y resentido con los políticos es el mismo que en 1914 entró a colaborar en el War Propaganda Bureau.

lunes, 14 de febrero de 2011

Las tumbas del mañana, Anne Perry.

Las tumbas del mañana abre la serie de novelas que Anne Perry ubica con la Gran Guerra como telón de fondo.

Argumento.

El 28 de junio de 1914 el vehículo en el que viajan John Reavley, político británico retirado, y su esposa se sale de la carretera provocando la muerte de ambos pasajeros. Eso provoca el lógico duelo en sus cuatro hijos. La cosa se complica porque el señor John Reavley había telefoneado a su hijo Matthew, que trabaja en el Servicio Secreto Británico, informándole que había encontrado unos documentos que ponían en peligro el honor de Gran Bretaña y cuyas ramificaciones afectaban a la mismísima familia real. Matthew comparte su preocupación con su hermano mayor, Joseph Reavley, teólogo de formación y profesor de lenguas bíblicas en Cambridge.
Los hermanos Reavley se dan cuenta de que la mansión familiar ha sido registrada mientras se oficiaba el funeral y también descubren, al visitar el lugar del siniestro, que no había sido un accidente sino que había sido un asesinato.
De vuelta a Cambridge el profesor Joseph Reavley se lleva el disgusto de que su alumno favorito, el prometedor Sebastian Allard, ha sido asesinado.
Matthew comienza a investigar qué conspiración había descubierto su padre y que era lo suficientemente grave como para haber sido asesinado. Dos posibilidades toman cuerpo. La mayor crisis que está viviendo Gran Bretaña ese verano se ha de situar en Irlanda, donde el motín del Curragh ha puesto al gobierno en un brete, pero esta hipótesis va perdiendo fuerza rápidamente. Queda la teoría de que la maquinación que John Reavley había descubierto tuviera que ver con el magnicidio de Sarajevo, pero suena muy lejano y poco verosímil.
En Cambridge la situación se vuelve bastante irrespirable por la presión a la que se ven sometidos por el detective Perth, el cual consigue con sus preguntas dar la impresión de que cualquiera puede ser el asesino de Sebastian Allard.
Una nueva muerte parecerá dar por resuelto el caso Allard. Sin embargo, para cuando esto sucede Joseph Reavley ha sufrido una importante metamorfosis. Ya no es el hombre confiado de antes y las circunstancias le hacen pensar que el caso no está resuelto ni mucho menos.

Personajes.

Los protagonistas son la familia Reavley: Joseph, Matthew, Judith y Hannah. En este volumen el protagonismo recae sobre los dos miembros masculinos mientras que las féminas pasan a un segundo plano, en especial Hannah que apenas interviene. Joseph Reavley es profesor en Cambridge. Antes de la muerte de sus padres ya había soportado la muerte de su esposa, la cual le había sumido en un inconsolable desasosiego e incluso había hecho tambalear su fe, cuestión no menor en un reverendo. Joseph Reavley se había rehecho y había conseguido construir una coraza que le hacía vivir el día a día con una razonable felicidad hasta que los acontecimientos destruyen su mundo por triplicado: primero, en el ámbito familiar con la muerte de sus padres; segundo, en su ámbito vital con la muerte de Allard y la instalación de la desconfianza y la incertidumbre en el mundillo, por otra parte idílico, de Cambridge; tercero, aunque no se vea claramente hasta el final de la novela, la misma sociedad en la que vive se verá envuelta en la vorágine de la más cruel conflagración conocida hasta la fecha.

El personaje de Joseph Reavley partirá en posteriores novelas hacia Francia como capellán militar. Existió un verdadero Joseph Reavley que sirvió en tal calidad en las trincheras de Europa y que, no por casualidad, era el abuelo materno de la autora. No es el único guiño de carácter personal que realiza la escritora. Joseph Reavley se refugia en la lectura de La Divina Comedia de Dante en un par de ocasiones. Perry, mujer de impresionante cultura, ha traducido esta obra al inglés, además de otros clásicos.

Matthew Reavley trabaja para el Servicio Secreto Británico para disgusto de su padre. Razón de más para que Matthew se pusiera en guardia cuando su padre se decidió a confiar en él. Desgraciadamente, Matthew no está muy afortunado en sus investigaciones y será por azar, no por su valía, que conseguirá encontrar el documento de marras y averiguar en qué consistía la conspiración.

Anne Perry, escritora de misterio.

Anne Perry ha adquirido fama como una de las reinas de la novela de misterio, novelas que tiene como costumbre ambientar en la época victoriana. Cada año publica dos nuevas novelas, una de la serie de Thomas Pitt y otra de la serie de William Monk. Con sus jornadas de trabajo de ocho horas diarias de escritura seis días a la semana, saca tiempo para otros proyectos como este de cinco novelas con la Primera Guerra Mundial como telón de fondo. Seguramente Anne Perry vea en este conflicto el fin de la época victoriana y haya querido novelizar sobre él.
Así pues, se ha de tener en cuenta que la autora es, ante todo, novelista de intriga y misterio, no es especialista en novela histórica por mucha cultura que tenga. Cierto es que una novela de género puede tener un transfondo histórico planteado de tal manera que haga disfrutar al aficionado a la historia pero me temo que no es el caso. El aficionado a la novela de intriga encontrará aquí una obra bien escrita y que por momentos atrapa y envuelve al lector. El aficionado a la historia no encontrará, sin embargo, una gran satisfacción en esta novela. Las inquietudes manifestadas por algún personaje sobre los acontecimientos de Sarajevo y la paz amenazada suenan demasiado actuales. Los diálogos que discuten sobre la crisis del 14 suenan demasiado pedantes incluso para profesores y alumnos de Cambridge y les falta el apego a la realidad que la inmediatez temporal les exigiría. La presencia de una sociedad secreta que trata de preservar la paz y la forma en que piensa hacerlo está entre lo extemporáneo y lo absurdo.
Más grave me parece, con todo, la resolución del caso Allard en Cambridge, puesto que se resuelve precipitadamente en las últimas páginas mediante un recurso Deus ex machina en forma de mensajes que aparecen. De una especialista del suspense, cabía esperar una resolución más elaborada.

jueves, 10 de febrero de 2011

Anne Perry.

Anne Perry es una de las escritoras británicas más exitosas. En España copa los aparadores de libros de bolsillo y se convierte en muchas pequeñas librerías en la única referencia posible de quien quiera llevarse a casa un libro en el que se trate, aunque sea tangencialmente, la I Guerra Mundial. Autora de libros de misterio ambientados en la época victoriana, es la creadora no ya de uno sino de dos emblemáticos investigadores de ficción: Thomas Pitt y William Monk.

Anne Perry

Anne Perry. Imagen: heavenly-creatures.com Esta web tiene un montón de fotos interesantísimas sobre su juventud.


Trabajadora disciplinada, ha publicado unas cincuenta obras y, de estas, ha escrito una serie de cinco novelas -lo que, digo yo, lo convierte en una pentalogía- contextualizadas en la Gran Guerra, es decir, el fin trágico de la época victoriana. Esta serie de novelas está formada por Las tumbas del mañana, El peso del cielo, Ángeles en las tinieblas, Las trincheras del odio y No dormiremos. A continuación me pondría a reseñar sin más preámbulo alguna de sus obras pero, dada su vida tan poco corriente, no puedo sustraerme a la tentación de hablar de su agitada juventud.

Nacida en 1938 en Gran Bretaña, Juliet Marion Hulme -más tarde, Anne Perry- era hija del físico inglés Henry Hulme. Diagnosticada con tuberculosis, Juliet fue enviada por su familia a vivir al Caribe y a Sudáfrica, climas más benignos para su enfermedad, y acabaría reuniéndose con su familia en Nueva Zelanda, cuando su padre consigue la plaza de Rector de la Universidad de Canterbury.

Juliet encuentra en Christchurch a Pauline Parker, una joven con la que comparte una salud endeble y una imaginación desbordante. Juntas escriben los argumentos de varias historias que tienen previsto llevar a Hollywood. Eso es poco para sus fértiles cabecitas. Juntas también reniegan del cristianismo para acogerse a una religión de su propia creación cuyo santoral está formado por estrellas de cine. Esta personalísima ocurrencia espiritual inaugura en ellas su propia tradición de misticismo, pues aseguraban haber vislumbrado el paraíso de este nuevo credo, el cuarto mundo según su propia denominación. En esta maravillosa dimensión habían conseguido entrar en momentos de arrebato debidos no a una vida de santidad a la usanza cristiana tradicional, sino a la grandeza de su inquebrantable amistad.

En el mundo exterior mientras tanto -un marco que no debía ser tan ajeno a ellas, pues se refiere al ámbito de sus propias familias- el mundo se derrumbaba. Henry Hulme veía deteriorarse su posición en la Universidad de Canterbury al mismo tiempo que su matrimonio. Asimismo, la amistad de Juliet y Pauline era preocupadamente seguida por sus familias, las cuales creían ver en ella la antesala de una relación lesbiana. Una posibilidad que era considerada por la sociedad de la época, en el peor de los casos, una inmoralidad; en el mejor de ellos, una enfermedad.

La relación extramarital de su esposa con Walter Perry y la presión a la que es sometido por sus colegas en la Universidad fuerzan al Doctor Hulme a renunciar a su rectorado y preparar planes para reanudar su vida. Henry Hulme decide abandonar Nueva Zelanda y llevarse a su hija Juliet. En realidad parece ser que la intención del Dr. Hulme no es la de llevarse a su hija consigo, sino dejarla en Sudáfrica con unos parientes como ya lo hizo en alguna otra ocasión. Ya se sabe, lo mejor para la salud de Juliet. En esto hay unanimidad entre los padres de Juliet y Pauline. De hecho, Pauline está empeñada en irse con Juliet cuando esta deje Nueva Zelanda pero la madre de Pauline, Honore Rieper, se niega en redondo a esta posibilidad. En realidad, los padres de ambas chicas quieren ante todo separar a las dos jóvenes pues no ven con buenos ojos su relación.
La decisión de separar a las dos chicas, la cual es vista por ellas como una resolución de Honore en particular más que como una determinación de todos los padres, abocará a la catástrofe.

criaturas celestiales

La historia de Hulme y Parker es tan buena que ha sido varias veces trasladada a la ficción, siendo la más notoria la versión de Peter Jackson (sí, el de El señor de los anillos) en la película Criaturas celestiales, que supuso el primer papel principal para Kate Winslet (sí, la de Titanic). Imagen: imbd.

El 22 de junio de 1954 Juliet y Pauline salen de paseo con la madre de esta última, Honore, por el Parque Victoria de Christchurch. Juntas la llevaron hasta una zona apartada del parque y allí le golpearon en la cabeza con un ladrillo envuelto en una media hasta que la mataron. Juntas y manchadas de sangre acudieron a un establecimiento cercano donde avisaron de que Honore había sufrido un accidente. Tal versión no explicaba los cuarenta y cinco golpes que habían dejado el cráneo de la señora Honore Rieper convertido en una pulpa sanguinolenta. Tampoco costó demasiado trabajo a la policía encontrar el ladrillo todavía envuelto en la media y bien embadurnado de sangre.

Ese mismo verano se llevó a cabo el juicio por el asesinato de Honore Rieper. En Nueva Zelanda fue un auténtico acontecimiento mediático, denunciando la prensa la degradación de la juventud que la relajación de las costumbres estaba propiciando; también, por supuesto, elucubraciones sobre la salud mental de las jóvenes y rumores morbosos sobre su supuesto lesbianismo. Juliet y Pauline eran demasiado jóvenes para ser condenadas a muerte. En cambio, la justicia tuvo para con ellas una pena que suena inédita en el sistema penitenciario español. Fueron condenadas a permanecer en la cárcel a discreción de Su Majestad. Sin embargo, la voluntad de Su Majestad fue benévola y las dejó salir a los cinco años siempre y cuando cumplieran una indiscutible limitación: nunca más podrían volver a verse ni a comunicarse de ninguna manera.

A día de hoy, unos cincuenta años después, parece que han cumplido y siguen cumpliendo tal condición.

lunes, 7 de febrero de 2011

Rosso fango.

Bien, ya hemos visto las circunstancias que rodearon el supuesto encuentro entre el soldado Henry Tandey y el soldado Adolf Hitler. La tesis expuesta, como vimos, en la web gazettelive.co.uk echa por tierra la posibilidad de tal encuentro y nos reconcilia con lo que nos pide el sentido común: que esta historia es demasiado buena para ser cierta.
Sin embargo, hasta ahora esta historia se había dado por buena en su esencia y algunas de las webs más prestigiosas del microcosmos de la Gran Guerra daban por cierta esta historia. La avalaban webs como first world war o Trenches on the web. Cierto es que, en este caso, ambas colaboraciones vienen firmadas por el mismo autor, John Godl, pero no seré yo quien ponga en duda su solvencia.

Con ello, quiero recalcar que esta historia se ha dado por verdadera y que como tal se la tomó el equipo que, dirigido por Paolo Ameli, dirigió este magnífico corto en el año 2002. Rosso Fango es una recreación del famoso encuentro entre Tandey y Hitler en Marcoing en 1918. Tenéis que verlo. Vais a disfrutar.



Visto, como tantas cosas, en el Foro Gran Guerra.

martes, 1 de febrero de 2011

El hombre que pudo matar a Adolf Hitler.

En 1938 Neville Chamberlain, primer ministro de Gran Bretaña, se entrevista con Adolf Hitler con el objetivo de salvar la paz para su tiempo. Hitler invita a Chamberlain a su recién estrenada residencia de Berchtesgaden, un magnífico complejo en los Alpes bávaros que había sido un regalo de Martin Bormann y otros jerarcas nazis.

En estas reuniones no todo son arduas negociaciones. Precisamente para que tales discusiones no sean tan complejas y se puedan simplificar al nivel de un cambio de cromos, se van produciendo momentos de distensión en los que los personajes protagonistas se relacionan y acaban compadreando. En uno de estos momentos de colegueo Hitler enseñó un cuadro a Chamberlain. Se trataba de una obra del italiano Fortunino Matania que representaba a soldados británicos en la Primera Batalla de Ypres. En primer plano aparece un soldado que acarrea a su espalda a un camarada herido. Hitler lo señala y explica convencido: "Este hombre estuvo tan cerca de matarme que pensé que no volvería a ver Alemania otra vez".

cuadro tandey por matania

Green Howards en el cruce de Menin en 1914, obra de Fortunino Matania. En primer término, Henry Tandey, VC, MM, DCM. Imagen: Victoria Cross.

Chamberlain lo mira sorprendido por la revelación. Se da la circunstancia, además, que el soldado en primer plano señalado por Hitler no es un cualquiera imposible de identificar sino que es sabido que se trata de Henry Tandey, el soldado raso británico más condecorado durante la I Guerra Mundial.

De vuelta a Gran Bretaña, Chamberlain hace una llamada al domicilio familiar de Henry Tandey donde le hace partícipe de la anécdota y del agradecimiento del Führer por no haberle disparado.

Dos años más tarde la guerra es una realidad y esta historia se hace conocida para la opinión pública británica. En una entrevista en la prensa Henry Tandey explica la circunstancia, la cual había aparcado en su memoria durante largo tiempo: "Apunté pero no podía disparar a un hombre herido, así que le dejé ir". Veinte años después Tandey se arrepiente de su misericordia y lamenta no haber disparado. Su deseo es reingresar en el ejército para "que no se escape por segunda vez".

Hasta aquí la historia del hombre que pudo matar a Adolf Hitler. Intentemos desentrañar ahora las circunstancias que lo rodearon y su verosimilitud.


Parece ser que Hitler habría visto en algún periódico alguna reproducción de la obra de Matania. Desde el primer momento se habría quedado con la cara que representaba a Tandey transportando a un herido a su espalda. Desconocemos en qué contexto tuvo lugar este conocimiento de la pintura. Sería interesante saber qué ponía el pie de foto. Tal vez sólo ponía que el hombre en primer término había recibido la Cruz Victoria en Marcoing en 1918. No sólo sería información suficiente para Hitler, sino que confirmaría su visión de sí mismo como hombre predestinado: el hombre que le pudo matar y no lo hizo no era un inglés vulgar, era todo un héroe.

Porque uno de los elementos que hacen más confusa toda esta historia es que el dichoso cuadro representa, en realidad, una escena tomada en 1914. El cuadro suele ser nombrado como Green Howards en el cruce de Menin en 1914. No debería haber problema. Si Hitler estaba seguro de la cara y esa era la única imagen a la que había podido acudir tampoco hay mucho más que hablar. Pero es que resulta que Hitler y Tandey podrían haber coincidido temporalmente durante la Primera Batalla de Ypres y a partir de ahí se ha elucubrado, y enredado, con la posibilidad de que hubieran coincidido también espacialmente y Hitler, sencillamente, hubiera confundido las fechas.
Como Tandey también dijo recordar el hecho y lo hacía refiriéndose a los combates en Marcoing de 1918, que ambos hubieran coincidido en 1914 es bastante irrelevante porque ambos tendrían que estar confundiéndose de fecha.

En cualquier caso, una vez que Hitler hubo llegado al poder en Alemania se hicieron gestiones para adquirir el cuadro, o al menos, una copia. Y parece ser que la copia que Hitler tenía colgada en su mansión en Berchtesgaden se la habían enviado desde el mismo Regimiento de los Green Howards en 1937. Chamberlain tenía que estar sorprendido al verlo. Un nacionalista alemán como Hitler escogía siempre para este tipo de representaciones estampas en las que aparecía heroicamente representado el soldado alemán, no el enemigo.

Es seguro que Hitler estaba completamente convencido de la anécdota. En la nota de agradecimiento que el capitán Weidmann, ayudante de Hitler, envía al Green Howards explica que el Führer es razonablemente aficionado a coleccionar cosas relativas a su propia vida. Lo interesante es que Tandey también estaba convencido de que tal suceso había tenido lugar. De una parte, resultaría sorprendente que una persona honrada por sus gestas militares quisiera pasar a la historia como el hombre que no evitó, con un sencillo disparo, los horrores de la II Guerra Mundial. Recordemos que Tandey estaba en Coventry durante el famoso bombardeo que arrasó la ciudad y que pasó una buena porción de tiempo en Londres durante el blitz. Tras haber pasado unas cuantas noches bajo las bombas de la Luftwaffe y ver sus efectos en la población civil, resulta improbable que nadie pretenda adquirir celebridad por ser el hombre que pudiendo evitar esos males no lo hizo. De otra parte, las búsquedas por internet sobre este caso particular suelen hacernos encontrar internautas que dicen ser familia de Tandey y que siempre defienden como una verdad universalmente admitida por los Tandey que tal hecho sucedió.

Como la experiencia nos dice que determinadas experiencias nos pueden dejar una huella indeleble en la memoria pero que esta, al mismo tiempo, puede ser tremendamente traidora, parece razonable intentar acudir a fuentes documentales, si es posible, y no fiarnos únicamente de la memoria de sus protagonistas por muy convencidos que estén de los hechos. Desgraciadamente, no es posible corroborar los aspectos que envuelven esta trama debido a que los bombardeos aliados sobre Berlín durante la II Guerra Mundial destruyeron gran cantidad de sus archivos militares.

Al menos así se dijo durante bastante tiempo y así se hacen eco en algunas de las entradas más populares en internet para este caso, como se puede ver aquí y aquí -entradas que, por otra parte, he seguido para escribir este post-. Sin embargo, un escrito de Paul Delplanque en la web gazettelive.co.uk daría por cerrada cualquier controversia al respecto. De dar credibilidad a Delplanque resultaría entonces que sí que había archivos que pudieran corroborar o no tal historia.

Según Delplanque Hitler y Tandey no habrían coincidido en la carretera de Menin en 1914 porque la unidad de Tandey fue evacuada de la zona dos días antes que llegara Hitler. Ahora bien, la fecha que es verdaderamente relevante es la del 28 de septiembre de 1918 en Marcoing, donde ambos decían haber tenido el encuentro. Y los archivos militares alemanes dicen, explica Delplanque, que Hitler estuvo de permiso del 10 al 27 de septiembre por lo que Hitler estaría en tránsito hacia el frente aquel día, no en él todavía.

Por lo tanto y si damos credibilidad a esta información, Tandey puede descansar en paz en su tumba. No fue su responsabilidad si la II Guerra Mundial tuvo lugar al final y los remordimientos que en vida pudiera tener por ello fueron infundados.

tandey mayor

Henry Tandey exhibe orgullosamente sus medallas en 1973. Imagen:gazettelive.co.uk.


Aunque, como última elucubración, podríamos conjeturar que Tandey no se creyó nunca tal historia y que entró en el juego cómo una aportación propagandística más al esfuerzo de guerra. ¿Qué significación tendría tal historia en el imaginario del pueblo británico en guerra? Pues tal vez un contundente mensaje subliminal: cada alemán que dejes vivo puede ser otro Hitler dentro de veinte años.