jueves, 10 de febrero de 2011

Anne Perry.

Anne Perry es una de las escritoras británicas más exitosas. En España copa los aparadores de libros de bolsillo y se convierte en muchas pequeñas librerías en la única referencia posible de quien quiera llevarse a casa un libro en el que se trate, aunque sea tangencialmente, la I Guerra Mundial. Autora de libros de misterio ambientados en la época victoriana, es la creadora no ya de uno sino de dos emblemáticos investigadores de ficción: Thomas Pitt y William Monk.

Anne Perry

Anne Perry. Imagen: heavenly-creatures.com Esta web tiene un montón de fotos interesantísimas sobre su juventud.


Trabajadora disciplinada, ha publicado unas cincuenta obras y, de estas, ha escrito una serie de cinco novelas -lo que, digo yo, lo convierte en una pentalogía- contextualizadas en la Gran Guerra, es decir, el fin trágico de la época victoriana. Esta serie de novelas está formada por Las tumbas del mañana, El peso del cielo, Ángeles en las tinieblas, Las trincheras del odio y No dormiremos. A continuación me pondría a reseñar sin más preámbulo alguna de sus obras pero, dada su vida tan poco corriente, no puedo sustraerme a la tentación de hablar de su agitada juventud.

Nacida en 1938 en Gran Bretaña, Juliet Marion Hulme -más tarde, Anne Perry- era hija del físico inglés Henry Hulme. Diagnosticada con tuberculosis, Juliet fue enviada por su familia a vivir al Caribe y a Sudáfrica, climas más benignos para su enfermedad, y acabaría reuniéndose con su familia en Nueva Zelanda, cuando su padre consigue la plaza de Rector de la Universidad de Canterbury.

Juliet encuentra en Christchurch a Pauline Parker, una joven con la que comparte una salud endeble y una imaginación desbordante. Juntas escriben los argumentos de varias historias que tienen previsto llevar a Hollywood. Eso es poco para sus fértiles cabecitas. Juntas también reniegan del cristianismo para acogerse a una religión de su propia creación cuyo santoral está formado por estrellas de cine. Esta personalísima ocurrencia espiritual inaugura en ellas su propia tradición de misticismo, pues aseguraban haber vislumbrado el paraíso de este nuevo credo, el cuarto mundo según su propia denominación. En esta maravillosa dimensión habían conseguido entrar en momentos de arrebato debidos no a una vida de santidad a la usanza cristiana tradicional, sino a la grandeza de su inquebrantable amistad.

En el mundo exterior mientras tanto -un marco que no debía ser tan ajeno a ellas, pues se refiere al ámbito de sus propias familias- el mundo se derrumbaba. Henry Hulme veía deteriorarse su posición en la Universidad de Canterbury al mismo tiempo que su matrimonio. Asimismo, la amistad de Juliet y Pauline era preocupadamente seguida por sus familias, las cuales creían ver en ella la antesala de una relación lesbiana. Una posibilidad que era considerada por la sociedad de la época, en el peor de los casos, una inmoralidad; en el mejor de ellos, una enfermedad.

La relación extramarital de su esposa con Walter Perry y la presión a la que es sometido por sus colegas en la Universidad fuerzan al Doctor Hulme a renunciar a su rectorado y preparar planes para reanudar su vida. Henry Hulme decide abandonar Nueva Zelanda y llevarse a su hija Juliet. En realidad parece ser que la intención del Dr. Hulme no es la de llevarse a su hija consigo, sino dejarla en Sudáfrica con unos parientes como ya lo hizo en alguna otra ocasión. Ya se sabe, lo mejor para la salud de Juliet. En esto hay unanimidad entre los padres de Juliet y Pauline. De hecho, Pauline está empeñada en irse con Juliet cuando esta deje Nueva Zelanda pero la madre de Pauline, Honore Rieper, se niega en redondo a esta posibilidad. En realidad, los padres de ambas chicas quieren ante todo separar a las dos jóvenes pues no ven con buenos ojos su relación.
La decisión de separar a las dos chicas, la cual es vista por ellas como una resolución de Honore en particular más que como una determinación de todos los padres, abocará a la catástrofe.

criaturas celestiales

La historia de Hulme y Parker es tan buena que ha sido varias veces trasladada a la ficción, siendo la más notoria la versión de Peter Jackson (sí, el de El señor de los anillos) en la película Criaturas celestiales, que supuso el primer papel principal para Kate Winslet (sí, la de Titanic). Imagen: imbd.

El 22 de junio de 1954 Juliet y Pauline salen de paseo con la madre de esta última, Honore, por el Parque Victoria de Christchurch. Juntas la llevaron hasta una zona apartada del parque y allí le golpearon en la cabeza con un ladrillo envuelto en una media hasta que la mataron. Juntas y manchadas de sangre acudieron a un establecimiento cercano donde avisaron de que Honore había sufrido un accidente. Tal versión no explicaba los cuarenta y cinco golpes que habían dejado el cráneo de la señora Honore Rieper convertido en una pulpa sanguinolenta. Tampoco costó demasiado trabajo a la policía encontrar el ladrillo todavía envuelto en la media y bien embadurnado de sangre.

Ese mismo verano se llevó a cabo el juicio por el asesinato de Honore Rieper. En Nueva Zelanda fue un auténtico acontecimiento mediático, denunciando la prensa la degradación de la juventud que la relajación de las costumbres estaba propiciando; también, por supuesto, elucubraciones sobre la salud mental de las jóvenes y rumores morbosos sobre su supuesto lesbianismo. Juliet y Pauline eran demasiado jóvenes para ser condenadas a muerte. En cambio, la justicia tuvo para con ellas una pena que suena inédita en el sistema penitenciario español. Fueron condenadas a permanecer en la cárcel a discreción de Su Majestad. Sin embargo, la voluntad de Su Majestad fue benévola y las dejó salir a los cinco años siempre y cuando cumplieran una indiscutible limitación: nunca más podrían volver a verse ni a comunicarse de ninguna manera.

A día de hoy, unos cincuenta años después, parece que han cumplido y siguen cumpliendo tal condición.

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